Page 244 - El Retorno del Rey
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El Campo de Cormallen
El océano embravecido de los ejércitos de Mordor inundaba las colinas. Los
Capitanes del Oeste empezaban a zozobrar bajo la creciente marejada. El sol
rojo, ardía, y bajo las alas de los Nazgûl las sombras negras de la muerte se
proyectaban sobre la tierra. Aragorn, erguido al pie de su estandarte, silencioso y
severo, parecía abismado en el recuerdo de cosas remotas; pero los ojos le
resplandecían, como las estrellas que brillan más cuanto más profunda y oscura
es la noche. En lo alto de la colina estaba Gandalf, blanco y frío, y sobre él no
caía sombra alguna. El asalto de Mordor rompió como una ola sobre los montes
asediados, y las voces rugieron como una marea tempestuosa en medio de la
zozobra y el fragor de las armas.
De pronto, como despertado por una visión súbita, Gandalf se estremeció; y
volviendo la cabeza miró hacia el norte, donde el cielo estaba pálido y luminoso.
Entonces levantó las manos y gritó con una voz poderosa que resonó por encima
del estrépito:
—¡Llegan las Águilas!
Y muchas voces respondieron, gritando:
—¡Llegan las Águilas! ¡Llegan las Águilas!
Los de Mordor levantaron la vista, preguntándose qué podía significar aquella
señal.
Y vieron venir a Gwaihir el Señor de los Vientos, y a su hermano Landroval,
las más grandes de todas las Águilas del Norte, los descendientes más poderosos
del viejo Thorondor, aquel que en los tiempos en que la Tierra Media era joven,
construía sus nidos en los picos inaccesibles de las Montañas Circundantes. Detrás
de las águilas, rápidas como un viento creciente, llegaban en largas hileras todos
los vasallos de las montañas del Norte. Y desplomándose desde las altas regiones
del aire, se lanzaron sobre los Nazgûl, y el batir de las grandes alas era como el
rugido de un huracán.
Pero los Nazgûl, respondiendo a la súbita llamada de un grito terrible en la
Torre Oscura, dieron media vuelta, y huyeron, desvaneciéndose en las tinieblas
de Mordor; y en el mismo instante todos los ejércitos de Mordor se
estremecieron, la duda oprimió los corazones; enmudecieron las risas, las manos
temblaron, los miembros flaquearon. El Poder que los conducía, que los
alimentaba de odio y de furia, vacilaba; ya su voluntad no estaba con ellos; y al
mirar a los ojos a los enemigos, vieron allí una luz de muerte, y tuvieron miedo.
Entonces todos los Capitanes del Oeste prorrumpieron en gritos, porque en
medio de tanta oscuridad una nueva esperanza henchía los corazones. Y desde las
colinas sitiadas los Caballeros de Gondor, los Jinetes de Rohan, los Dúnedain del
Norte, compañías compactas de valientes guerreros, se precipitaron sobre los