Page 245 - El Retorno del Rey
P. 245
adversarios vacilantes, abriéndose paso con el filo implacable de las lanzas. Pero
Gandalf alzó los brazos y una vez más los exhortó con voz clara.
—¡Deteneos, Hombres del Oeste! ¡Deteneos y esperad! Ha sonado la hora
del destino.
Y aun mientras pronunciaba estas palabras, la tierra se estremeció bajo los
pies de los hombres, una vasta oscuridad llameante invadió el cielo, y se elevó
por encima de las Torres de la Puerta Negra, más alta que las montañas. Tembló
y gimió la tierra. Las Torres de los Dientes se inclinaron, vacilaron un instante y
se desmoronaron; en escombros se desplomó la poderosa muralla; la Puerta
Negra saltó en ruinas, y desde muy lejos, ora apagado, ora creciente, trepando
hasta las nubes, se oyó un tamborileo sordo y prolongado, un estruendo, los largos
ecos de un redoble de destrucción y ruina.
—¡El reino de Sauron ha sucumbido! —dijo Gandalf—. El Portador del Anillo ha
cumplido la Misión. —Y al volver la mirada hacia el sur, hacia el país de Mordor,
los Capitanes creyeron ver, negra contra el palio de las nubes, una inmensa
forma de sombra impenetrable, coronada de relámpagos, que invadía toda la
bóveda del cielo; se desplegó gigantesca sobre el mundo, y tendió hacia ellos una
gran mano amenazadora, terrible pero impotente: porque en el momento mismo
en que empezaba a descender, un viento fuerte la arrastró y la disipó; y siguió un
silencio profundo.
Los Capitanes del Oeste bajaron entonces las cabezas; y cuando las volvieron a
alzar he aquí que los enemigos se dispersaban en fuga y el poder de Mordor se
deshacía como polvo en el viento. Así como las hormigas que cuando ven morir
a la criatura despótica y malévola que las tiene sometidas en la colina pululante,
echan a andar sin meta ni propósito, y se dejan morir, así también las criaturas
de Sauron, orcos y trolls, y bestias hechizadas, corrían despavoridas de un lado a
otro; y algunas se dejaban morir o se mataban entre ellas, otras se arrojaban a
los fosos, o huían gimiendo a esconderse en agujeros oscuros, lejos de toda
esperanza. Pero los hombres de Rhûn y de Harad, los del Este y los Sureños,
viendo la gran majestad de los Capitanes del Oeste, daban ya por perdida la
guerra. Y los que por más largo tiempo habían estado al servicio de Mordor, los
que más se habían sometido a aquella servidumbre, aquellos que odiaban al
Oeste, y eran aún arrogantes y temerarios, se unieron decididos a dar una última
batalla desesperada. Pero los demás huían hacia el este; y algunos arrojaban las
armas e imploraban clemencia.
Entonces Gandalf, dejando la conducción de la batalla en manos de Aragorn
y de los otros capitanes, llamó desde la colina; y la gran águila Gwaihir, el Señor