Page 246 - El Retorno del Rey
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de los Vientos, descendió y se posó a los pies del mago.
—Dos veces me has llevado ya en tus alas, Gwaihir, amigo mío —dijo
Gandalf—. Esta será la tercera y la última, si tú quieres. No seré una carga
mucho más pesada que cuando me recogiste en Zirak-zigil, donde ardió y se
consumió mi vieja vida.
—A donde tú me pidieras te llevaría —respondió Gwaihir—, aunque fueses
de piedra.
—Vamos, pues, y que tu hermano nos acompañe, junto con otro de tus
vasallos más veloces. Es menester que volemos más raudos que todos los vientos,
superando a las alas de los Nazgûl.
—Sopla el Viento del Norte —dijo Gwaihir—, pero lo venceremos. —Y
levantó a Gandalf y voló rumbo al sur, seguido por Landroval, y por el joven y
veloz Meneldor. Y volando pasaron sobre Udûn y Gorgoroth, y vieron toda la
tierra destruida y en ruinas, y ante ellos el Monte del Destino, que humeaba y
vomitaba fuego.
—Me hace feliz que estés aquí conmigo —dijo Frodo—. Aquí al final de todas las
cosas, Sam.
—Sí, estoy con usted, mi amo —dijo Sam, con la mano herida de Frodo
suavemente apretada contra el pecho—. Y usted está conmigo. Y el viaje ha
terminado. Pero después de haber andado tanto, no quiero aún darme por
vencido. No sería yo, si entiende lo que le quiero decir.
—Tal vez no, Sam —dijo Frodo—, pero así son las cosas en el mundo. La
esperanza se desvanece. Se acerca el fin. Ahora sólo nos queda una corta espera.
Estamos perdidos en medio de la ruina y de la destrucción, y no tenemos
escapatoria.
—Bueno, mi amo, de todos modos podríamos alejarnos un poco de este lugar
tan peligroso, de esta Grieta del Destino, si así se llama. ¿No le parece? Venga,
señor Frodo, bajemos al menos al pie de este sendero.
—Está bien, Sam, si ése es tu deseo, yo te acompañaré —dijo Frodo; y se
levantaron y lentamente bajaron la cuesta sinuosa; y cuando llegaban al
vacilante pie de la montaña, los Sammath Naur escupieron un chorro de vapor y
humo y el flanco del cono se resquebrajó, y un vómito enorme e incandescente
rodó en una cascada lenta y atronadora por la ladera oriental de la montaña.
Frodo y Sam no pudieron seguir avanzando. Las últimas energías del cuerpo
y de la mente los abandonaban con rapidez. Se habían detenido en un montículo
de cenizas al pie de la montaña; y desde allí no había ninguna vía de escape.
Ahora era como una isla, pero no resistiría mucho tiempo más, en medio de los
estertores del Orodruin. La tierra se agrietaba por doquier, y de las fisuras y de
los pozos insondables saltaban cataratas de humo y de vapores. Detrás, la