Page 233 - El Retorno del Rey
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del día no reaparecería nunca. Al fin buscó a tientas la mano de Frodo. Estaba
fría y trémula. Frodo tiritaba.
—Hice mal en abandonar mi manta —murmuró Sam. Y acostándose en el
suelo trató de abrigar y reconfortar a Frodo con los brazos y el cuerpo. Luego el
sueño lo venció, y la débil luz del último día de la misión los encontró lado a lado.
El viento había cesado el día anterior, cuando empezaba a soplar del oeste, y
ahora se levantaba otra vez, no ya desde el oeste sino del norte; la luz de un sol
invisible se filtró en la sombra en que yacían los hobbits.
—¡Fuerza ahora! ¡El último aliento! —dijo Sam mientras se incorporaba con
dificultad.
Se inclinó sobre Frodo y lo despertó. Frodo gimió, pero con un gran esfuerzo
logró ponerse en pie; vaciló, y en seguida cayó de rodillas. Alzó los ojos a los
flancos oscuros del Monte del Destino, y apoyándose sobre las manos empezó a
arrastrarse.
Sam, que lo observaba, lloró por dentro, pero ni una sola lágrima le asomó a
los ojos secos y arrasados.
—Dije que lo llevaría a cuestas aunque me rompiese el lomo —murmuró—
¡y lo haré!
» ¡Venga, señor Frodo! —llamó—. No puedo llevarlo por usted, pero puedo
llevarlo a usted junto con él. ¡Vamos, querido señor Frodo! Sam lo llevará a
babuchas. Usted le dice por dónde, y él irá.
Frodo se le colgó a la espalda, echándole los brazos alrededor del cuello y
apretando firmemente las piernas; y Sam se enderezó, tambaleándose; y
entonces notó sorprendido que la carga era ligera. Había temido que las fuerzas
le alcanzaran a duras penas para alzar al amo, y que por añadidura tendrían que
compartir el peso terrible y abrumador del Anillo maldito. Pero no fue así. O
Frodo estaba consumido por los largos sufrimientos, la herida del puñal, la
mordedura venenosa, las penas, y el miedo y las largas caminatas a la
intemperie, o él, Sam, era capaz aún de un último esfuerzo: lo cierto es que
levantó a Frodo con la misma facilidad con que llevaba a horcajadas a algún
hobbit niño cuando retozaba en los prados o los henares de la Comarca. Respiró
hondo y se puso en camino.
Habían llegado al pie de la cara septentrional de la montaña, un poco hacia el
oeste; allí los largos flancos grises, aunque anfractuosos, no eran escarpados.
Frodo no hablaba y Sam avanzó como pudo, sin otro guía que la resolución
inquebrantable de trepar lo más alto posible antes que le flaquearan las fuerzas y
la voluntad. Trepaba y trepaba, doblando el cuerpo hacia uno u otro lado para
atenuar la subida, trastabillando con frecuencia, y ya al final arrastrándose como
un caracol que lleva a cuestas una pesada carga. Cuando la voluntad se negó a