Page 229 - El Retorno del Rey
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torturadas;  y  cuando  se  despertaba  sobresaltado,  se  encontraba  en  un  mundo
      oscuro,  perdido  en  un  vacío  de  tinieblas.  Una  vez,  al  incorporarse  y  mirar  en
      torno con ojos despavoridos creyó ver unas luces pálidas que parecían ojos, pero
      que al instante parpadearon y se desvanecieron.

      Lenta, como con desgana, transcurrió aquella noche espantosa. La mañana que
      siguió  fue  lívida  y  apagada:  pues  allí,  ya  cerca  de  la  montaña,  el  aire  era
      eternamente lóbrego, y los velos de la Sombra que Sauron tejía alrededor salían
      arrastrándose  desde  la  Torre  Oscura.  Tendido  de  espaldas  en  el  suelo,  Frodo
      continuaba inmóvil, y Sam de pie junto a él, no se decidía a hablar, aunque sabía
      que era él ahora quien tenía la palabra: era menester que convenciera a Frodo de
      la necesidad de un nuevo esfuerzo. Por fin se agachó, y acariciando la frente de
      Frodo, le habló al oído.
        —¡Despiértese, mi amo! —dijo—. Es hora de volver a partir.
        Como arrancado del sueño por el sonido repentino de una campanilla, Frodo
      se levantó rápidamente y miró en lontananza, hacia el sur; pero cuando sus ojos
      tropezaron con la montaña y el desierto, volvió a desanimarse.
        —No puedo, Sam —dijo—. Es tan pesado, tan pesado.
        Sam sabía aún antes de hablar que sus palabras serían inútiles, y que hasta
      podían  causar  más  mal  que  bien,  pero  movido  por  la  compasión  no  pudo
      contenerse.
        —Entonces, deje usted que lo lleve yo un rato, mi amo —dijo—. Usted sabe
      que lo haría de buen grado, mientras me queden fuerzas. Un resplandor feroz
      apareció en los ojos de Frodo.
        —¡Atrás! ¡No me toques! —gritó—. Es mío, te he dicho. ¡Vete! —La mano
      buscó a tientas la empuñadura de la espada. Pero al instante habló con otra voz—.
      No, no, Sam —dijo con tristeza—. Pero tienes que entenderlo. Es mi fardo, y sólo
      a  mí  me  toca  soportarlo.  Ya  es  demasiado  tarde,  Sam  querido.  Ya  no  puedes
      volver a ayudarme de esa forma. Ahora me tiene casi en su poder. No podría
      confiártelo, y si tú intentaras arrebatármelo, me volvería loco. Sam asintió.
        —Comprendo —dijo—. Pero he estado reflexionando, señor Frodo, y creo
      que hay otras cosas de las que podríamos prescindir. ¿Por qué no aligerar un poco
      la carga? Ahora tenemos que ir derecho hacia allá. —Señaló la montaña—. Es
      inútil cargar con cosas que quizá no necesitemos.
        Frodo miró de nuevo la montaña.
        —No  —dijo—,  en  ese  camino  no  necesitaremos  muchas  cosas.  Y  cuando
      lleguemos al final, no necesitaremos nada.
        Recogió el escudo orco y lo arrojó a lo lejos, y con el yelmo hizo lo mismo.
      Luego, abriéndose el manto élfico, desabrochó el pesado cinturón y lo dejó caer,
      y  junto  con  él  la  espada  y  la  vaina.  Rasgó  los  jirones  de  la  capa  negra  y  los
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