Page 226 - El Retorno del Rey
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las provisiones podrían alcanzar hasta el final del viaje, pero una vez cumplida la
misión, no habría nada más: se encontrarían solos, sin un hogar, sin alimentos en
medio de un pavoroso desierto. No había ninguna esperanza de retorno.
« ¿Así que era esta la tarea que yo me sentía llamado a cumplir, cuando
partimos?» , pensó Sam. « ¿Ayudar al señor Frodo hasta el final, y morir con él?
Y bien, si esta es la tarea, tendré que llevarla a cabo. Pero desearía con toda el
alma volver a ver Delagua, y a Rosita Coto y sus hermanos, y al Tío, y a
Maravilla y a todos. Me cuesta creer que Gandalf le encomendara al señor Frodo
esta misión, si se trataba de un viaje sin esperanza de retorno. Fue en Moria
donde las cosas empezaron a andar atravesadas, cuando Gandalf cayó al abismo.
¡Qué mala suerte! Él habría hecho algo.»
Pero la esperanza que moría, o parecía morir en el corazón de Sam, se
transformó de pronto en una fuerza nueva. El rostro franco del hobbit se puso
serio, casi adusto; la voluntad se le fortaleció de súbito, un estremecimiento lo
recorrió de arriba abajo, y se sintió como transmutado en una criatura de piedra
y acero, inmune a la desesperación y la fatiga, a quien ni las incontables millas
del desierto podían amilanar.
Sintiéndose de algún modo más responsable, volvió los ojos al mundo, y
pensó en la próxima movida. Y cuando la claridad aumentó, notó con sorpresa
que lo que a la distancia le habían parecido bajíos desnudos e informes era en
realidad una llanura anfractuosa y resquebrajada. La altiplanicie de Gorgoroth
estaba surcada en toda su extensión por grandes cavidades, como si en los
tiempos en que era aún un desierto de lodo hubiera sido azotada por una lluvia de
rayos y peñascos. Los bordes de los fosos más grandes eran de roca triturada y
de ellos partían largas fisuras en todas direcciones. Un terreno de esa naturaleza
se habría prestado para que alguien fuerte y que no tuviese prisa alguna pudiera
arrastrarse de un escondite a otro sin ser visto, excepto por ojos especialmente
avizores. Para los hambrientos y cansados, y que todavía tenían por delante un
largo camino antes de morir, era de un aspecto siniestro.
Reflexionando en todas estas cosas, Sam volvió junto a su amo. No tuvo
necesidad de despertarlo. Frodo estaba acostado boca arriba con los ojos abiertos
y observaba el cielo nuboso.
—Bueno, señor Frodo —dijo Sam—, fui a echar un vistazo y estuve pensando
un poquito. No se ve un alma en los caminos, y convendría que nos alejáramos
de aquí cuanto antes. ¿Le parece que podrá?
—Podré —dijo Frodo—. Tengo que poder.
Una vez más emprendieron la marcha, arrastrándose de hueco en hueco,
escondiéndose detrás de cada reparo, pero avanzando siempre en una línea
sesgada hacia los contrafuertes de la cadena septentrional. Al principio, el