Page 223 - El Retorno del Rey
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compañía.
        —¡Arriba,  zánganos!  —aulló—.  No  es  ahora  momento  de  dormir.  Dio  un
      paso  hacia  los  hobbits,  y  aún  en  la  oscuridad  reconoció  las  insignias  de  los
      escudos.
        —Con  que  desertando,  ¿eh?  gritó.  ¿O  conspirando  para  desertar?  Todos
      vosotros teníais que haber llegado a Udûn ayer antes de la noche. Bien lo sabéis.
      De pie y a la fila, o tomaré vuestros números y os denunciaré.
        Los hobbits se levantaron con dificultad, y caminaron encorvados, cojeando
      como soldados con los pies doloridos, se pusieron en la última fila.
        —¡No,  en  la  última  no!  —vociferó  el  guardián  de  los  esclavos.  ¡Tres  filas
      más  adelante!  ¡Y  quedaos  allí,  o  en  mi  próxima  recorrida  sabréis  lo  que  es
      bueno!
        La  larga  correa  chasqueó  no  muy  lejos  de  las  cabezas  de  los  hobbits;  en
      seguida, tras otro latigazo en el aire y un nuevo alarido, la compañía reanudó la
      marcha con un trote rápido.
        Era duro para el pobre Sam, cansado como estaba; pero para Frodo era una
      tortura, y no tardó en convertirse en una pesadilla. Apretó los dientes y tratando
      de no pensar, continuó avanzando. El hedor de los orcos sudorosos lo sofocaba;
      jadeaba  y  tenía  sed.  Y  seguían  trotando  y  trotando,  y  Frodo  empeñándose  en
      respirar  y  en  obligar  a  sus  piernas  a  que  se  flexionaran;  no  se  atrevía  ni  a
      imaginar  cuál  podía  ser  el  término  nefasto  de  tantas  fatigas  y  tantos
      padecimientos.  No  tenía  la  más  remota  esperanza  de  salir  de  la  fila  sin  ser
      descubierto. Y el guardián de los orcos volvía a la retaguardia una y otra vez y se
      mofaba de ellos con ferocidad.
        —¡A ver! —reía, amenazando azotarles las piernas—. ¡Donde hay un látigo
      hay  una  voluntad,  zánganos  míos!  ¡Fuerza!  Ahora  mismo  os  daría  una  buena
      zurra, aunque cuando lleguéis con retraso a vuestro campamento recibiréis tantos
      latigazos como os quepan en el pellejo. Os sentarán bien. ¿No sabéis que estamos
      en guerra?
        Habían recorrido algunas millas, y el camino comenzaba por fin a descender
      hacia  la  llanura  en  una  larga  pendiente,  cuando  las  fuerzas  empezaron  a
      flaquearle  a  Frodo.  Se  tambaleaba  y  tropezaba.  Sam  trató  de  ayudarlo,  de
      sostenerlo,  aunque  tampoco  él  se  sentía  capaz  de  soportar  mucho  tiempo  más
      aquella marcha. Sabía que el final llegaría de un momento a otro: Frodo acabaría
      por  desvanecerse  o  por  caer  rendido,  y  entonces  los  descubrirían,  y  todos  los
      esfuerzos y sufrimientos habrían sido en vano.
        —De todas maneras, antes le daré su merecido a ese gigante endiablado que
      arrea las tropas.
      Entonces, en el preciso momento en que llevaba la mano a la empuñadura de la
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