Page 219 - El Retorno del Rey
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unas estribaciones que casi llegaban a unirse. Estimo que se encontraban a no
menos de veinte leguas del puente próximo a la Torre. Podría ser un buen paso.
Pero por supuesto, si llegamos allí, estaremos aún más lejos de la montaña, a
unas sesenta millas diría yo. Sospecho que nos hemos alejado unas doce leguas al
norte del puente. Aunque todo marchara bien, no creo que llegáramos a la
montaña en menos de una semana. Me temo, Sam, que la carga se hará muy
pesada, y que avanzaré con mayor lentitud a medida que nos vayamos
acercando.
Sam suspiró.
—Eso es justamente lo que yo temía —dijo—. Y bien, por no mencionar el
agua, tendremos que comer menos, señor Frodo, o de lo contrario movernos un
poco más rápido, al menos mientras continuemos en este valle. Un bocado más,
y se nos habrán acabado todas las provisiones, excepto el pan del camino de los
elfos.
—Trataré de caminar un poco más rápido, Sam —dijo Frodo respirando
hondo—. ¡Adelante! ¡En marcha otra vez!
Aún no había oscurecido por completo. Avanzaban penosamente, adentrándose
en la noche. Las horas pasaban, y los hobbits caminaban fatigados dando traspiés,
con uno que otro breve descanso. Al primer atisbo de luz gris bajo las orlas del
palio de sombra se escondieron otra vez en una cavidad oscura al pie de una
pared de roca. La luz aumentó poco a poco, en un cielo cada vez más límpido.
Un viento fuerte del oeste arrastraba los vapores de Mordor en las capas altas del
aire. Al poco tiempo los hobbits pudieron ver el territorio que se extendía
alrededor. La hondonada entre las montañas y el Morgai se había ido estrechando
paulatinamente a medida que ascendían, y el borde interior no era más que una
cornisa en las caras escarpadas de los Ephel Dúath; pero en el este se precipitaba
tan a pique como siempre hacia Gorgoroth. Delante de ellos, el lecho del arroyo
se interrumpía en escalones de roca resquebrajada; pues de la cadena principal
emergía bruscamente un espolón alto y árido, que se adelantaba hacia el este
como un muro. La cadena septentrional gris y brumosa de los Ered Lithui
extendía allí un largo brazo sobresaliente que se unía al espolón, y entre uno y
otro extremo corría un valle estrecho: Carach Angren, la Garganta de Hierro,
que más allá se abría en el valle profundo de Udûn. En esa llanura detrás del
Morannos se escondían los túneles y arsenales subterráneos construidos por los
servidores de Mordor como defensas de la Puerta Negra; y allí el Señor Oscuro
estaba reuniendo de prisa unos ejércitos poderosos para enfrentar a los Capitanes
del Oeste. Sobre los espolones habían construido fuertes y torres, y ardían los
fuegos de guardia; y a todo lo largo de la garganta habían erigido una pared de
adobe, y cavado una profunda trinchera atravesada por un solo puente.