Page 217 - El Retorno del Rey
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—¡Está bien, está bien! —dijo el rastreador—. No diré más y seguiré
pensando. Pero ¿qué tiene que ver en todo esto ese monstruo negro y escurridizo?
Ese de las manos como paletas y que habla en gorgoteos.
—No lo sé. Nada, quizá. Pero apuesto que no anda en nada bueno, siempre
husmeando por ahí. ¡Maldito sea! Ni bien se nos escabulló y huyó, llegó la orden
de que lo querían vivo, y cuanto antes.
—Bueno, espero que lo encuentren y le den su merecido —masculló el
rastreador—. Nos confundió el rastro allá atrás, cuando se apropió de esa cota de
malla, y anduvo palmeteando por todas partes antes que yo consiguiera llegar.
—En todo caso le salvó la vida —dijo el soldado—. Antes de saber que lo
buscaban, yo le disparé, a cincuenta pasos y por la espalda; pero siguió
corriendo.
—¡Garn! Le erraste —dijo el rastreador—. Para empezar, disparas a tontas y
a locas, luego corres con demasiada lentitud, y por último mandas buscar a los
pobres rastreadores. Estoy harto de ti. —Se alejó rápidamente a grandes trancos.
—¡Vuelve! —vociferó el soldado—, ¡vuelve o te denunciaré!
—¿A quién? No a tu precioso Shagrat. Ya no será más el capitán.
—Daré tu nombre y tu número a los Nazgûl —dijo el soldado bajando la voz
hasta un siseo—. Uno de ellos está ahora a cargo de la Torre. El otro se detuvo, la
voz cargada de miedo y de furia.
—¡Soplón, maldito! —aulló—. No sabes hacer tu trabajo, y ni siquiera
defiendes a los tuyos. ¡Vete con tus inmundos gritones y ojalá te arranquen el
pellejo! Si el enemigo no se les adelanta. ¡He oído decir que han liquidado al
Número Uno, y espero que sea cierto!
El orco grande, lanza en mano, echó a correr detrás de él. Pero el rastreador,
brincando por detrás de una piedra, le disparó una flecha en el ojo, y el otro se
desplomó con estrépito en plena carrera. El rastreador huyó a valle traviesa y
desapareció.
Durante un rato los hobbits permanecieron en silencio. Por fin Sam se movió.
—Bueno, esto es lo que yo llamo las cosas claras —dijo—. Si esta simpática
cordialidad se extendiera por Mordor, la mitad de nuestros problemas estarían ya
resueltos.
—En voz baja, Sam —susurró Frodo—. Puede haber otros por aquí. Es
evidente que escapamos por un pelo, y que los cazadores no estaban tan
descaminados como pensábamos. Pero ese es el espíritu de Mordor, Sam; y ha
llegado a todos los rincones. Los orcos siempre se han comportado de esa
manera o así lo cuentan las leyendas, cuando están solos. Pero no puedes confiar
demasiado. A nosotros nos odian mucho más, de todas formas y en todo tiempo.
Si estos dos nos hubiesen visto, habrían interrumpido la pelea hasta terminar con