Page 212 - El Retorno del Rey
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un rumor hizo que se detuvieran: increíble, pero a la vez inconfundible. El susurro
del agua. A la izquierda de una cañada tan pronunciada y estrecha que se hubiera
dicho que el risco negro había sido hendido por un hacha enorme, corría un hilo
de agua: acaso los últimos vestigios de alguna lluvia dulce recogida en mares
soleados, pero con la triste suerte de ir a caer sobre los muros del País Tenebroso,
y perderse luego en el polvo. Aquí brotaba de la roca en una pequeña cascada, y
fluía a lo largo del camino, y girando hacia el sur huía entre las piedras muertas.
Sam saltó hacia la cascada.
—¡Si alguna vez vuelvo a ver a la Dama, se lo diré! —gritó—. ¡Luz, y ahora
agua! —Se detuvo—. ¡Déjeme beber primero, señor Frodo! —dijo.
—Está bien, pero hay sitio suficiente para dos.
—No es eso —dijo Sam—. Quiero decir: si es venenosa, o si hay en ella algo
malo que se manifieste en seguida; bueno, es preferible que sea yo y no usted,
mi amo, si me entiende.
—Te entiendo. Pero me parece que tendremos que confiar juntos en nuestra
suerte, Sam, mala o buena. ¡De todos modos, ten cuidado, si está muy fría!
El agua estaba fresca pero no helada, y tenía un sabor desagradable, a la vez
amargo y untuoso, o por lo menos eso habrían opinado en la Comarca. Aquí, les
pareció maravillosa, y la bebieron sin temor ni prudencia. Bebieron hasta
saciarse, y Sam llenó la cantimplora. Después de esto Frodo se sintió mejor, y
prosiguieron la marcha durante varias millas, hasta que un ensanchamiento del
camino y la aparición de un muro tosco que lo flanqueaba, les advirtió que se
estaban acercando a otra fortaleza orca.
—Aquí es donde cambiamos de rumbo, Sam —dijo Frodo—. Y ahora
tenemos que marchar hacia el este. —Miró las crestas sombrías del otro lado del
valle, y suspiró—. Apenas me quedan fuerzas para buscar algún agujero allá
arriba. Y luego necesito descansar un poco.
El lecho del río corría un poco más abajo del sendero. Descendieron hasta él
gateando, y comenzaron a atravesarlo. Sorprendidos, encontraron charcos
oscuros alimentados por hilos de agua que bajaban de algún manantial en lo alto
del valle. Las cercanías de Mordor al pie de las montañas occidentales eran una
tierra moribunda, pero aún no estaba muerta. Y aquí crecía alguna vegetación,
áspera, retorcida, amarga, que trataba de sobrevivir. En las cañadas del Morgai,
del otro lado del valle, se aferraban al suelo unos árboles bajos y achaparrados,
matorrales de hierba grises luchaban con las piedras, y líquenes resecos se
enroscaban en los matorrales, y grandes marañas de zarzas retorcidas crecían
por doquier. Algunas tenían largas espinas punzantes, otras púas ganchudas y
afiladas como cuchillos. Las hojas marchitas y arrugadas del último verano
colgaban crujiendo y crepitando en el aire triste, pero los brotes infestados de