Page 216 - El Retorno del Rey
P. 216
occidental. Al cabo de una milla o más, oculto en una cavidad al pie del risco,
vieron el bastión orco que estaban esperando encontrar: un muro y un apretado
grupo de construcciones de piedra dispuestas a los lados de una caverna sombría.
No se advertía ningún movimiento, pero los hobbits avanzaron con cautela,
manteniéndose lo más cerca posible de los zarzales que a esta altura crecían en
abundancia a ambos lados del lecho seco del arroyo.
Continuaron por espacio de dos o tres millas, y el bastión orco desapareció
detrás de ellos; pero cuando empezaban a sentirse más tranquilos, oyeron unas
voces de orcos, ásperas y estridentes. Se escondieron detrás de un arbusto
pardusco y achaparrado. Las voces se acercaban. De pronto dos orcos
aparecieron a la vista. Uno vestía harapos pardos e iba armado con un arco de
cuerno; era de una raza más bien pequeña, negro de tez, y la nariz, de orificios
muy dilatados, husmeaba el aire sin cesar: sin duda una especie de rastreador. El
otro era un orco corpulento y aguerrido, como los de la compañía de Shagrat, y
lucía la insignia del Ojo. También él llevaba un arco a la espalda y una lanza
corta de punta ancha. Como de costumbre se estaban peleando, y por pertenecer
a razas diferentes empleaban a su manera la Lengua Común.
A sólo veinte pasos de donde estaban escondidos los hobbits, el orco pequeño
se detuvo.
—¡Nar! —gruñó—. Yo me vuelvo a casa. —Señaló a través del valle en
dirección al fuerte orco—. No vale la pena que me siga gastando la nariz
olfateando piedras. No queda ni un rastro, te digo. Por hacerte caso a ti les perdí
la pista. Subía por las colinas, no a lo largo del valle, te digo.
—¿No servís de mucho, eh, vosotros, pequeños husmeadores? —dijo el orco
grande—. Creo que los ojos son más útiles que vuestras narices mocosas.
—¿Qué has visto con ellos, entonces? —gruñó el otro—. ¡Garn! ¡Si ni siquiera
sabes lo que andas buscando!
—¿Y quién tiene la culpa? —replicó el soldado—. Yo no. Eso viene de arriba.
Primero dicen que es un gran elfo con una armadura brillante, luego que es una
especie de hombrecito-enano, y luego que puede tratarse de una horda de Uruk-
hai rebeldes; o quizá son todos ellos juntos.
—¡Ar! —dijo el rastreador—. Han perdido el seso, eso es lo que les pasa. Y
algunos de los jefes también van a perder el pellejo, sospecho, si lo que he oído
es verdad: que han invadido la Torre, que centenares de tus compañeros han sido
liquidados, y que el prisionero ha huido. Si así es como os comportáis vosotros, los
combatientes, no es de extrañar que haya malas noticias desde los campos de
batalla.
—¿Quién dice que hay malas noticias? —vociferó el soldado.
—¡Ar! ¿Quién dice que no las hay?
—Así es como hablan los malditos rebeldes, y si no callas te ensarto. ¿Me has
oído?