Page 227 - El Retorno del Rey
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camino que corría más al este iba en la misma dirección, pero luego se desvió y
bordeando las faldas de las montañas se perdió a lo lejos en un muro de sombra
negra. En las extensiones chatas y grises no se veían señales de vida, ni de
hombres ni de orcos, pues el Señor Oscuro casi había puesto fin a los
movimientos de tropas, y hasta en la fortaleza donde reinaba, buscaba el amparo
de la noche, temeroso de los vientos del mundo que se habían vuelto contra él
quitándole los velos, desazonado por la noticia de que espías temerarios habían
logrado atravesar las defensas.
Al cabo de unas pocas millas agotadoras, los hobbits se detuvieron. Frodo
parecía casi exhausto. Sam comprendió que de esa manera, a la rastra, o doblado
en dos, o trastabillando en precipitada carrera, o internándose con lentitud en un
camino desconocido, no podrían llegar mucho más lejos.
—Yo volveré al camino mientras haya luz, señor Frodo —dijo—. ¡Probemos
de nuevo la suerte! Casi nos falló la última vez, pero no del todo. Una caminata
de algunas millas a buen paso, y luego un descanso.
Se arriesgaba a un peligro mucho mayor de lo que imaginaba, pero Frodo,
demasiado ocupado con el peso del fardo y la lucha que se libraba dentro de él,
no pensó en discutir; además, se sentía tan desesperanzado que casi no valía la
pena preocuparse. Treparon al terraplén y continuaron avanzando penosamente
por el camino duro y cruel que conducía a la Torre Oscura. Pero la suerte los
acompañó, y durante el resto de aquel día no se toparon con ningún ser viviente
ni observaron movimiento alguno; y cuando cayó la noche desaparecieron de la
vista, engullidos por las tinieblas de Mordor. Todo el país parecía recogido, como
en espera de una tempestad: pues los Capitanes del Oeste habían pasado la
Encrucijada e incendiado los campos ponzoñosos de Imlad Morgul.
Así prosiguió el viaje sin esperanzas, mientras el Anillo se encaminaba al sur
y los estandartes de los reyes cabalgaban rumbo al norte. Para los hobbits, cada
jornada de marcha, cada milla era más ardua que la anterior, a medida que las
fuerzas los abandonaban y se internaban en regiones más siniestras. Durante el
día no encontraban enemigos. A veces, por la noche, mientras dormitaban
acurrucados e inquietos en algún escondite a la vera del camino, oían clamores y
el rumor de numerosos pies o el galope rápido de algún caballo espoleado con
crueldad. Pero mucho peor que todos aquellos peligros era la amenaza cada vez
más inminente que se cernía sobre ellos: la terrible amenaza del Poder que
aguardaba, abismado en profundas cavilaciones y en una malicia insomne detrás
del velo oscuro que ocultaba el Trono. Se acercaba, se acercaba cada vez más,
negro y espectral, alzándose como un muro de tinieblas en el confín último del
mundo.
Llegó por fin una noche, una noche terrible; y mientras los Capitanes del
Oeste se acercaban a los lindes de las tierras vivas, los dos viajeros llegaron a una
hora de desesperación ciega. Hacía cuatro días que habían escapado de las filas