Page 258 - El Retorno del Rey
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—Yo mismo dependo del Mayoral —dijo Faramir—. Y todavía no he tomado
mi cargo en la ciudad. No obstante, aun cuando lo hubiese hecho, escucharía los
consejos del Mayoral, y en cuestiones que atañen a su arte no me opondría a él,
salvo en un caso de necesidad extrema.
—Pero yo no deseo curar —dijo ella—. Deseo partir a la guerra como mi
hermano Éomer, o mejor aún como Théoden el rey, porque él ha muerto y ha
conquistado a la vez honores y paz.
—Es demasiado tarde, señora, para seguir a los Capitanes, aunque tuvierais
las fuerzas necesarias —dijo Faramir—. Pero la muerte en la batalla aún puede
alcanzarnos a todos, la deseemos o no. Y estaríais más preparada para afrontarla
como mejor os parezca si mientras aún queda tiempo hicierais lo que ordena el
Mayoral. Vos y yo hemos de soportar con paciencia las horas de espera.
Eowyn no respondió, pero a Faramir le pareció que algo en ella se ablandaba,
como si una escarcha dura comenzara a ceder al primer anuncio de la
primavera. Una lágrima le resbaló por la mejilla como una gota de lluvia
centelleante. La orgullosa cabeza se inclinó ligeramente. Luego dijo en voz muy
queda, más como si hablara consigo misma que con él:
—Pero los Curadores pretenden que permanezca acostada siete días más —
dijo—. Y mi ventana no mira al este. —La voz de Eowyn era ahora la de una
muchacha joven y triste.
Faramir sonrió, aunque compadecido.
—¿Vuestra ventana no mira al este? —dijo—. Eso tiene arreglo. Por cierto
que daré órdenes al Mayoral. Si os quedáis a nuestro cuidado en esta casa,
señora, y descansáis el tiempo necesario, podréis caminar al sol en este jardín
cómo y cuándo queráis; y miraréis al este, donde ahora están todas nuestras
esperanzas. Y aquí me encontraréis a mí, que camino y espero, también mirando
al este. Aliviaríais mis penas si me hablarais, o si caminarais conmigo alguna vez.
Ella levantó entonces la cabeza y de nuevo lo miró a los ojos; y un ligero
rubor le coloreó el rostro pálido.
—¿Cómo podría yo aliviar vuestras penas, señor? —dijo—. No deseo la
compañía de los vivos.
—¿Queréis una respuesta sincera? —dijo él.
—La quiero.
—Entonces, Eowyn de Rohan, os digo que sois hermosa. En los valles de
nuestras colinas crecen flores bellas y brillantes, y muchachas aún más
encantadoras; pero hasta ahora no había visto en Gondor ni una flor ni una dama
tan hermosa, ni tan triste. Tal vez nos queden pocos días antes que la oscuridad se
desplome sobre el mundo, y cuando llegue espero enfrentarla con entereza; pero
si pudiera veros mientras el sol brilla aún, me aliviaríais el corazón. Porque los
dos hemos pasado bajo las alas de la Sombra, y la misma mano nos ha salvado.
—¡Ay, no a mí, señor! dijo ella. Sobre mí pesa todavía la Sombra. ¡No soy yo