Page 253 - El Retorno del Rey
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—¡No, mi amo! El señor Bilbo se la regaló a usted, y hace juego con la cota
de plata; a él no le gustaría que otro la usara ahora.
Frodo cedió; y Gandalf, como si fuera el escudero de los dos, se arrodilló y
les ciñó las hojas; y luego les puso sobre las cabezas unas pequeñas diademas de
plata. Y así ataviados se encaminaron al festín; y se sentaron a la mesa del Rey
con Gandalf, y el Rey Éomer de Rohan, y el Príncipe Imrahil y todos los
grandes capitanes; y también Gimli y Legolas estaban con ellos.
Y cuando después del Silencio Ritual trajeron el vino, dos escuderos entraron
para servir a los reyes; o escuderos parecían al menos: uno vestía la librea negra
y plateada de los Guardias de Minas Tirith, y el otro de verde y de blanco. Y
Sam se preguntó qué harían dos mozalbetes como aquellos en un ejército de
hombres fuertes y poderosos. Y entonces, cuando se acercaron, los vio de pronto
más claramente, y exclamó:
—¡Mire, señor Frodo! ¡Mire! ¿No es Pippin? ¡El señor Peregrin Tuk, tendría
que decir, y el señor Merry! ¡Cuánto han crecido! ¡Córcholis! Veo que además
de la nuestra hay otras historias para contar.
—Claro que las hay —dijo Pippin volviéndose hacia él—. Y empezaremos no
bien termine este festín. Mientras tanto, puedes probar suerte con Gandalf. Ya no
es tan misterioso como antes, aunque ahora se ríe más de lo que habla. Por el
momento, Merry y yo estamos ocupados. Somos caballeros de la Ciudad y de la
Marca, como espero habrás notado.
Concluyó al fin el día de júbilo; y cuando el sol desapareció y la luna subió
redonda y lenta sobre las brumas del Anduin, y centelleó a través del follaje
inquieto, Frodo y Sam se sentaron bajo los árboles susurrantes, allí en la hermosa
y perfumada tierra de Ithilien; y hasta muy avanzada la noche conversaron con
Merry y Pippin y Gandalf, y pronto se unieron a ellos Legolas y Gimli. Allí fue
donde Frodo y Sam oyeron buena parte de cuanto le había ocurrido a la
Compañía, desde el día infausto en que se habían separado en Parth Galen, cerca
de las Cascadas del Rauros; y siempre tenían otras cosas que preguntarse, nuevas
aventuras que narrar.
Los orcos, los árboles parlantes, las praderas de leguas interminables, los
jinetes al galope, las cavernas relucientes, las torres blancas y los palacios de oro,
las batallas y los altos navíos surcando las aguas, todo desfiló ante los ojos
maravillados de Sam. Sin embargo, entre tantos y tantos prodigios, lo que más le
asombraba era la estatura de Merry y de Pippin; y los medía, comparándolos
con Frodo y con él mismo, y se rascaba la cabeza.
—¡Esto sí que no lo entiendo, a la edad de ustedes! —dijo—. Pero lo que es
cierto es cierto, y ahora miden tres pulgadas más de lo normal. O yo soy un
enano.