Page 252 - El Retorno del Rey
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hombres y a los capitanes que estaban cerca, y habló con voz fuerte para que la
      hueste entera pudiese escucharlo:
        —¡Alabados sean con grandes alabanzas!
        Y  cuando  una  vez  más  se  acallaron  los  clamores  de  júbilo,  un  juglar  de
      Gondor se adelantó, y arrodillándose, pidió permiso para cantar. Y oh maravilla,
      como para dar a Sam una satisfacción total y colmarlo de pura alegría, he aquí lo
      que dijo:
        —¡Escuchad,  señores  y  caballeros  y  hombres  de  valor  sin  tacha,  reyes  y
      príncipes,  y  leal  pueblo  de  Gondor;  y  Jinetes  de  Rohan,  y  vosotros,  hijos  de
      Elrond,  y  los  Dúnedain  del  Norte,  y  Elfo  y  Enano,  y  nobles  corazones  de  la
      Comarca, y de todos los pueblos libres del Oeste! Escuchad ahora mi lay. Porque
      he venido a cantar para vosotros la balada de Frodo Nuevededos y el Anillo del
      Destino.
        Y Sam al oírlo estalló en una carcajada de puro regocijo, y se levantó y gritó:
        —¡Oh gloria y esplendor! ¡Todos mis deseos se ven realizados! Y lloró.
        Y el ejército en pleno reía y lloraba, y en medio del júbilo y de las lágrimas
      se elevó la voz límpida de oro y plata del juglar, y todos enmudecieron. Y cantó
      para ellos, en lengua élfica y en las lenguas del Oeste, hasta que los corazones,
      traspasados por la dulzura de las palabras, se desbordaron; y la alegría de todos
      centelleó como espadas, y los pensamientos se elevaron hasta las regiones donde
      el dolor y la felicidad fluyen juntos y las lágrimas son el vino de la ventura.
      Y por fin, cuando el sol descendía del cénit y alargaba las sombras de los árboles,
      el juglar terminó su canción:
        —¡Alabados sean con grandes alabanzas! —dijo, y se hincó de rodillas. Y
      entonces  Aragorn  se  puso  de  pie,  y  el  ejército  entero  lo  siguió,  y  todos  se
      encaminaron a los pabellones que habían sido preparados para comer y beber y
      festejar hasta el final del día.
        A Frodo y a Sam los condujeron a una tienda, donde luego de quitarles los
      viejos ropajes, que sin embargo doblaron y guardaron con honores, los vistieron
      con lino limpio. Y entonces llegó Gandalf, y ante el asombro de Frodo, traía en
      los brazos la espada y la capa élficas y la cota de malla de mithril que le fueran
      robadas en Mordor. Y para Sam traía una cota de malla dorada, y la capa élfica,
      limpia ahora de todas las manchas y daños; y depositó dos espadas a los pies de
      los hobbits.
        —Yo no deseo llevar una espada —dijo Frodo.
        —Tendrás  que  llevarla  al  menos  esta  noche  —dijo  Gandalf.  Frodo  tomó
      entonces la espada pequeña, la que fuera de Sam y que había quedado junto a él
      en Cirith Ungol.
        —Dardo es tuya, Sam —dijo—. Yo mismo te la di.
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