Page 394 - El Retorno del Rey
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por las Casas de otros Padres; porque estaban coléricos a causa de este agravio al
heredero del Mayor de la raza. Cuando todo estuvo dispuesto, atacaron y
saquearon una por una todas las fortalezas de los Orcos que pudieron encontrar,
desde Gundabad hasta los Gladios. Ambos bandos fueron implacables, y hubo
muerte y hechos de crueldad de noche y de día. Pero los Enanos obtuvieron la
victoria por su fuerza y por sus armas sin par y por el fuego de su furia mientras
buscaban a Azog en cada escondrijo bajo la montaña.
Por fin todos los Orcos que huían delante de ellos se reunieron en Moria, y la
persecución llevó las huestes de los Enanos a Azanulbizar. Era ése un gran valle
que se extendía entre los brazos de las montañas en torno al lago de Kheled-
zâram y había sido antaño parte del reino de Khazad-dûm. Cuando los Enanos
vieron las puertas de sus antiguas mansiones sobre la ladera de la montaña,
lanzaron un gran grito que resonó como un trueno en el valle. Pero una gran
hueste de enemigos estaba dispuesta en orden de batalla sobre las laderas encima
de ellos, y por las puertas salió una multitud de Orcos reservados por Azog en
caso de necesidad.
En un principio la suerte estuvo contra los Enanos, pues era un oscuro día de
invierno sin sol, y los Orcos no perdieron tiempo en vacilaciones, y excedían en
número al enemigo, y se encontraban en el terreno más alto. Así empezó la
Batalla de Azanulbizar (o Nanduhirion en lengua élfica): al recordarla los Orcos
se estremecen todavía y los Enanos lloran. El primer ataque de la vanguardia,
conducido por Thráin, fue rechazado con pérdidas, y Thráin se encontró en un
bosque de grandes árboles que en ese entonces todavía crecían no lejos de
Kheled-zâram. Allí cayeron Frerin, su hijo, y Fundin, su pariente, y muchos
otros, y Thráin y Thorin fueron heridos. [21] En otros sitios de la batalla
prevalecía uno u otro bando, con grandes matanzas, hasta que por último el
pueblo de las Colinas de Hierro decidió la suerte del día. Llegados últimos y
descansados al campo, los guerreros de Náin, hijo de Grór, vestidos de cota de
malla, se abrieron paso a través de los Orcos hasta los umbrales mismos de
Moria al grito de « ¡Azog, Azog!» , derribando con sus piquetas a todos cuantos se
les pusieron en el camino.
Entonces Náin se detuvo ante las Puertas y gritó en muy alta voz: —¡Azog!
¡Si estás dentro sal fuera! ¿O el juego en el valle te parece demasiado rudo? —A
lo cual Azog salió, y era un gran Orco con una enorme cabeza guarnecida de
hierro, y no obstante ágil y fuerte. Lo acompañaban muchos que se le parecían,
los soldados de su guardia, y mientras éstos se entendían con la escolta de Náin,
se volvió hacia él, y dijo: —¿Cómo? ¿Otro mendigo a mi puerta? ¿Tengo que
marcarte también a ti? —Se abalanzó sobre Náin y lucharon. Pero Náin estaba
medio ciego de ira y sentía la fatiga de la batalla, mientras que Azog estaba
descansado y era feroz y muy astuto. No tardó Náin en asestar un golpe con
todas las fuerzas que aún le quedaban, pero Azog se hizo a un lado y le dio una