Page 395 - El Retorno del Rey
P. 395
patada en la pierna, de modo que la piqueta de Náin se astilló contra la piedra en
la que había estado y el Enano cayó hacia adelante. Entonces Azog dio una
rápida media vuelta y le hacheó el cuello. La cota de malla resistió el filo, pero
tan pesado fue el golpe que a Náin se le quebró el cuello y cayó.
Entonces Azog rió y levantó la cabeza para lanzar un gran grito de triunfo;
pero el grito se le murió en la garganta. Porque vio que todo su ejército huía en
desorden y que los Enanos iban de un lado a otro matando a diestro y siniestro, y
los que podían huir de ellos, corrían hacia el sur chillando. Y casi todos los
soldados que guardaban Azanulbizar yacían muertos. Se volvió y escapó hacia
las Puertas.
Escaleras arriba detrás de él saltó un Enano con un hacha roja. Era Dáin Pie
de Hierro, hijo de Náin. Justo ante las puertas atrapó a Azog, y allí le dio muerte,
y le rebanó la cabeza. Esto se consideró una gran hazaña, pues Dáin era entonces
sólo un muchacho en las cuentas de los Enanos. Una larga vida y múltiples
batallas tenía por delante, hasta que viejo, pero erguido, caería por fin en la
Guerra del Anillo. Aunque era valiente y lo ganaba la cólera, se dice que al
descender de las Puertas tenía la cara gris de quien ha sentido mucho miedo.
Cuando por fin ganaron la batalla, los Enanos que quedaban se reunieron en
Azanulbizar. Tomaron la cabeza de Azog, le metieron en la boca el saco de
monedas, y la clavaron en una pica. Mas no hubo fiesta ni canciones esa noche;
porque no había pena que alcanzara para tantos muertos. Apenas la mitad de
ellos, se dice, podían mantenerse en pie o tener esperanzas de cura. No obstante,
por la mañana Thráin se les presentó. Tenía un ojo cegado sin cura posible y
estaba cojo a causa de una herida en la pierna; pero dijo:
—¡Bien! Obtuvimos la victoria. ¡Khazad-dûm es nuestra!
Entonces ellos respondieron:
—Puede que seas el Heredero de Durin, pero aun con un solo ojo tendrías
que ver más claro. Libramos esta batalla por venganza y venganza nos hemos
tomado. Aunque no tiene nada de dulce. Nuestras manos son demasiado
pequeñas y la victoria se nos escapa si esto es una victoria.
Y los que no pertenecían al Pueblo de Durin dijeron también: Khazad-dûm no
era la casa de nuestros Padres. ¿Qué significa para nosotros a no ser la esperanza
de obtener un tesoro? Pero ahora, si hemos de retirarnos sin recompensa ni la
indemnización que se nos debe, cuanto antes volvamos a nuestras propias tierras,
tanto mejor.
Entonces Thráin se volvió a Dáin y dijo:
—¿Seguramente no ha de abandonarme mi propio pueblo?
—No —dijo Dáin—. Tú eres el padre de nuestro Pueblo, y hemos sangrado
por ti, y sangraríamos otra vez. Pero no entraremos en Khazad-dûm. Tú no