Page 77 - Tratado sobre las almas errantes
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expuesto las dificultades en torno a esa tesis, cada uno puede extraer las consecuencias prácticas
            que  crea  convenientes.  Para  el  modo  concreto  de  actuar  de  cada  exorcismo  con  estas  supuestas
            entidades, nada mejor que obrar de acuerdo al sentido común. Pero recuérdese que el exorcismo es,
            ante  todo,  oración  y  ejercicio  de  la  potestad  de  expulsar  demonios.  Las  sesiones  no  pueden
            convertirse en diálogos con las entidades.
                  Siguiendo el ejemplo de Jesucristo con el endemoniado geraseno   197 , puede ser conveniente
            hacer  algunas  preguntas  a  esas  entidades.  Tal  práctica  exorcística  de  realizar  algunas  preguntas,
            además  de  ser  secular,  vino  recogida  en  el  Ritual  Romano 198 .  Pero  hay  que  recordar  (y  más  a
            aquellos exorcistas que creen en el intermediacionismo) que las preguntas no pueden convertirse en
            la parte fundamental del acto exorcístico. Pues si el ministro estuviera errado (bien respecto a un
            caso en concreto, bien porque tal tesis general no fuera verdadera), habría perdido todo el tiempo
            del exorcismo en ese diálogo. Mientras que si sigue fielmente el ritual de exorcismo y los espíritus
            perdidos están presentes en la persona que tiene delante, las oraciones beneficiarán a esas almas
            perdidas, pues buena parte del ritual no consiste en actos conjuratorios, sino en oraciones dirigidas a
            Dios. Oraciones que beneficiarán a esos espíritus sin necesidad de dirigirse a ellos.
                  Dado que un cierto número de exorcistas se dedican a dar charlas  y conferencias, una vez
            más, recuerden la conclusión que hemos ofrecido: Aunque sostenemos que no es una tesis contraria
            a la fe, no vemos que la tesis intermediacionista sea una opción contemplada por el Magisterio. No
            obsta nada en contra de que se siga profundizando en el estudio teológico de esta problemática.
            Pero esta cuestión debe ser enteramente excluida de la predicación, reservándola únicamente para la
            discusión entre expertos.

                  Para  acabar  este  apartado,  algo  que  nos  debería  hacer  reflexionar  es  que,  durante  siglos,
            muchos teólogos se sintieron obligados a creer que la fe les obligaba a sostener la no salvación de
            los niños que morían sin bautismo. Royo Marín escribía:

                        De  esta  forma 199   queda  perfectamente  resuelta  la  dificultad  que  no  acertaban  a  resolver  los  teólogos
                  medievales. Tropezaban con la categórica afirmación evangélica sobre la necesidad de la fe y del bautismo para
                  salvarse (cf. Mc 16, 15-16), olvidándose de que Cristo puede administrar el bautismo sin necesidad de emplear el
                  rito sacramental 200 .

                  Otro ejemplo de cómo una afirmación rotunda les hizo pensar a muchos teólogos que no había
            espacio para las excepciones, lo encontramos en la disputa acerca de la Inmaculada Concepción de
            María:

                       Nada menos que San Bernardo, San Anselmo y grandes teólogos escolásticos del siglo XIII y siguientes,
                  entre los que se encuentran Alejandro de Hales, San Buenaventura, San Alberto Magno, Santo Tomás, Enrique
                  de Gante  y Egido Romano, negaron o pusieron en duda  el privilegio de María [se refiere al privilegio de la


                  197
                      “Jesús  le  preguntó  [al  espíritu  impuro]:  ¿Cómo  te  llamas?”  (Mc  5,  9).  Reparemos  en  que  Jesús,  como
            verdadero Dios, sabía el nombre del demonio. Pero Él mismo era consciente de que ese hecho relatado en el Evangelio,
            iba a tener una trascendencia universal. Pues muestra el modo de obrar de Jesús durante uno de sus exorcismos, y sabía
            que su obrar iba a ser imitado.
                  198
                     El Ritual Romano establecería entre sus ritos la obligación de preguntar al demonio las siguientes cuestiones:
            “dicas mihi nomen tuum, diem et horam exitus tui, cum aliquo signo”. Rituale Romanum, Heredis Nicolai Pezzana,
            Venecia 1770, pg. 366
                  199
                     Refiriéndose al CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA, n. 1261.
                  200
                     Antonio Royo Marín, Teología de la salvación, pg. 272
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