Page 83 - Tratado sobre las almas errantes
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Aunque el Juicio Final durase un siglo entero o dos siglos, no sería más que un minuto comparado
con los millones de años sin fin que vendrían después. Recuérdese que habiendo cuerpo hay paso
del tiempo material.
Si el Juicio Final fuese (como piensan algunos) una proclamación colectiva y resumida, sería
breve. En ese caso, consistiría en una mera separación de las buenas ovejas y las rebeldes. Pero si el
Juicio Final tiene caracteres de verdadero juicio, es decir, si cada víctima trata (de un modo breve)
de hacer un último intento para que el malo comprenda el daño producido, entonces ha de ser un
juicio largo en el tiempo, pues hay que juzgar a toda la Humanidad y a todos los ángeles.
Todo esto pueden parecer meras imaginaciones. Pero no pretendemos elucubrar por elucubrar:
ese juicio definitivo o será breve y proclamativo, o será largo y decisivo. No hay más posibilidades,
aunque sí que hay toda una gama de posibilidades intermedias. Nuestra opinión es que cuando la
eternidad está en juego, pensamos que Dios dará todas las posibilidades para que ni uno solo de sus
hijos se condene. Aunque para que esta visión del Juicio Final como una realidad decisiva pueda
tener lugar, es necesario que existan almas y espíritus angélicos indeterminados. En ese caso, los
humanos sí que ejerceremos de acusadores, de fiscales. Pero ejerceremos de acusadores para bien,
no para emitir sentencia. En nuestra acusación estará inserta una llamada dramática a doblar la
rodilla, una angustiosa llamada a que reconozcan que la línea de no retorno ya está allí clara y
nítida. En ese sentido, los hombres sí que podemos cumplir un papel que vaya más allá de lo
declarativo. Nosotros, seres humanos de carne y hueso, seremos el último argumento de un Dios
que hace un último intento salvífico.
El Acusador, por fin, será acusado. Nuestras manos le señalarán como culpable. Los demonios y
las almas réprobas no podrán arrepentirse. Ellos ya habrán consumado su transformación en seres
monstruosos. Si las cosas son como pienso, el Juicio Final será, en verdad, el límite definitivo, la
verdadera frontera que pone término al tiempo de salvación. De ahí que este juicio tenga tanta
importancia teológica.
Conviene repetir que a ese juicio algunos ya llegarán juzgados. Unos ya serán demonios, otros
ya serán almas réprobas. Muy reducido será el número de los que no se hayan decantado de forma
definitiva hacia una existencia autónoma o hacia la humillación ante Dios. Pocos habrá que no se
hayan decidido o por abrazar con toda su alma la vida como hijos pródigos, o por regresar a casa
con el Padre.
Entendido como lo hemos explicado, el Juicio Final es un último intento de arrebatar al infierno
a los espíritus no determinados con una voluntad irrevocable, un intento que se realiza con todos los
bienaventurados presentes, ante la majestad de Jesucristo en su trono, con la Virgen María como
Reina a su lado, bajo la mirada de todos los coros angélicos. El Padre Celestial que es tan bueno ha
creado un marco impresionante para derrumbar todos los obstáculos que pueda haber en los
espíritus en los que todavía pueda caber esa posibilidad. Por eso los buenos juzgarán, porque
tratarán de acusar para remover por última vez las conciencias. Será una acusación dramática, un
último intento desesperado de que comprendan el mal realizado.
Si a pesar de este intento de Dios (un intento grandioso, grandioso como es Él), los espíritus que
están en el límite resisten, entonces no habrá nada que hacer. Entonces eso será la prueba de que su
voluntad es irreversible, definitiva y perfecta: y eso es el infierno. El infierno es esa voluntad.
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