Page 32 - Brugger Karl Crnica de Akakor
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Pasaron tres lunas, tres veces tres lunas. Entonces las aguas se dividieron. La
                  Tierra se tranquilizó nuevamente. Las corrientes de agua encontraron cursos di-
                  ferentes y se perdieron entre las colinas. Surgieron grandes montarías desafiaron
                  al sol. Cuando los Servidores Escogidos salieron de las residencias subterráneas,
                  la Tierra había cambiado. Grande era su tristeza. Elevaron sus rostros hacia el
                  cielo. Sus ojos buscaron las llanuras y las colinas, los ríos y los lagos. Terrible era
                  la verdad, horrible la destrucción. E Ina congregó al consejo de ancianos. Las
                  Tribus Escogidas reunieron ofrendas: joyas, y miel de abejas, e incienso. Y las
                  sacrificaron para hacer que los Dioses regresaran a la Tierra. Pero el cielo se
                  mantuvo vacío. Había comenzado la era del Jaguar: el tiempo de la sangre en el
                  que todo quedaría destruido. Así, pues, el contacto entre los Maestros A antiguos y
                  sus servidores había quedado cortado. Y una nueva vida se iniciaba.
                  Los años de sangre, el periodo entre el año 13 y el año 7315, son la época más
                  terrible de la historia de mi pueblo. La Crónica de Akakor no recoge sus
                  acontecimientos. Durante miles de años, no hay anotación alguna. Los recuerdos
                  orales son también pobres y están recorridos por extrañas profecías.
                  Fue una época terrible. El jaguar salvaje se acercó y devoró la carne de los
                  hombres. Quebrantó los huesos de los Servidores Escogidos. Rasgó las cabezas
                  de sus servidores. La oscuridad se extendió por la Tierra.

                  Tras la primera Gran Catástrofe, el imperio se encontraba en una situación
                  desesperada. Las residencias subterráneas de los Maestros Antiguos habían
                  soportado los tremendos corrimientos de tierras y ninguna de las trece ciudades
                  quedó destruida, pero muchos de los pasadizos que unían las fronteras del imperio
                  habían quedado bloqueados. Su luz misteriosa se había extinguido al igual que la
                  de una vela apagada por el viento. Las veintiséis ciudades fueron destruidas por
                  una tremenda inundación. Los recintos religiosos sagrados de Salazere,
                  Tiahuanaco y Manoa yacían en ruinas, destruidos por la furia terrible de los
                  Dioses. Los exploradores que habían sido enviados al exterior informaron a su
                  vuelta de que tan sólo unas pocas de las Tribus Escogidas habían sobrevivido a la
                  catástrofe. Éstas, empujadas por el hambre, abandonaron sus antiguos
                  asentamientos y penetraron en el territorio de los Ugha Mongulala, sembrando a
                  su paso la destrucción y la muerte. La desesperación, la angustia y la miseria se
                  extendieron por todo el imperio. Estallaron violentas luchas sobre las últimas
                  regiones fértiles. El dominio de las Tribus Escogidas estaba a punto de concluir.
                  Este fue el comienzo del ignominioso final del imperio. Los hombres habían
                  perdido la razón. Se arrastraban por el país en todas las direcciones. Temblaban
                  de miedo y de terror. Estaban abatidos. Su espíritu, confundido. Como animales,
                  se atacaron los unos a los otros. Mataron a sus vecinos v comieron sus carnes.
                  Ciertamente, los tiempos eran horribles.
                  El terrible período entre la primera y la segunda Gran Catástrofe, desde 10.468 a.
                  de C. hasta 3166 a. de C. según el
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                  calendario de los Blancos Bárbaros, puso a mi pueblo al borde de la extinción. Las
                  Tribus Degeneradas, que con anterioridad a la primera Gran Catástrofe habían
                  sido aliadas de los Ugha Mongulala, fundaron sus propios imperios. Derrotaron a
                  los ejércitos de los Ugha Mongulala y en nuestro año 4130 los empujaron hasta las
                  puertas de Akakor.
                  Las tribus de los Degenerados formaron una alianza. Decían: «¿Cómo podemos
                  proceder con nuestros antiguos gobernantes? Verdaderamente, todavía son pode-
                  rosos». De modo que se reunieron en consejo. «Tendámosles una emboscada.
                  Los mataremos. ¿No somos grandes en número? ¿No somos más que suficientes
                  para vencerlos?» Y todas las tribus se armaron. Reunieron un numeroso ejército.
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