Page 33 - Brugger Karl Crnica de Akakor
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La vista no podía alcanzar a ver toda la enorme masa de sus guerreros. Deseaban
conquistar Akakor. Marcharon en formación para matar a Urna, el príncipe. Mas los
Servidores Escogidos se habían preparado. Esperaron en la cumbre de la
montaña. El nombre de la montaña en la que esperaron era Akai. Todas las Tribus
Escogidas se habían agrupado en torno a Urna cuando los Degenerados se
acercaron. Llegaron dando alaridos, con arcos y con flechas. Cantaban canciones
de guerra. Aullaban y, con sus dedos, silbaban. Y así fue cómo asaltaron Akakor.
En este punto, la Crónica de Akakor se interrumpe. Cuentan nuestros sacerdotes
que los Ugha Mongulala perdieron la batalla y que Urna fue asesinado. Los
supervivientes se retiraron al interior de las residencias subterráneas. La derrota
en Akai, la montaña del destino, representa el punto más bajo de la desgracia de
mi pueblo. Al igual que los Blancos
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Bárbaros, que niegan a los Dioses y se consideran a sí mismos por encima de
toda ley, los Ugha Mongulala fueron cayendo progresivamente en la humillación.
Confundidos por estos acontecimientos incomprensibles, comenzaron a adorar los
árboles y las rocas, e incluso a sacrificar animales y seres humanos. Y fue
entonces cuando cometieron el más vergonzoso crimen en los 10.000 años de
historia de mi pueblo.
Así es cómo sucedió: Cuando Urna murió en la batalla contra las Tribus
Degeneradas, el Sumo Sacerdote negó a su hijo Hanán la entrada en los recintos
secretos de los Dioses, lo desterró y usurpó su poder. Contra las leyes de los Dio-
ses y sin el debido respeto hacia los Padres Antiguos, comenzó a gobernar al
pueblo de la forma que a él le pareció bien. Éste fue el punto culminante de la era
de la sangre, el período durante el cual el jaguar salvaje señoreaba por doquier.
¿Por qué sufrió mi pueblo estos crímenes? ¿Por qué toleraron los ancianos las
fechorías del Sumo Sacerdote? Tan sólo existe una única explicación. Tras la
partida de los Dioses, sólo algunas personas conocían la sabiduría de los
Maestros Antiguos. Los sacerdotes ya no transmitían su conocimiento. Enseñaban
las verdades de los Padres Antiguos únicamente a sus confidentes más próximos.
Su poder se hizo cada vez mayor a medida que el legado sagrado desaparecía.
Pronto se sintieron responsables por sí solos de todo lo que ocurriera en la Tierra y
en el cielo. Durante miles de años, los sacerdotes gobernaron omnipotentemente
sobre los Ugha Mongulala. Eso es lo que dicen nuestros antepasados. Y debe ser
verdad, porque sólo la verdad se conserva en la memoria de los hombres a través
de los tiempos.
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La segunda Gran Catástrofe
Terrible es la historia. Terrible la verdad. Los Servidores Escogidos todavía
estaban viviendo en las residencias subterráneas de los Dioses. Cientos de años,
miles de años. El legado sagrado había sido olvidado. Su escritura se había vuelto
ilegible. Los servidores habían traicionado la alianza con sus Dioses. Vivían por
encima de toda norma, como los animales en el bosque. Caminaban en todas
direcciones. Los crímenes eran cometidos a la luz del día. Y los Dioses se sentían
agraviados. Sus corazones se veían llenos de tristeza por la maldad de los
hombres. Y los Dioses dijeron: «Castigaremos al pueblo. Lo erradicaremos de la
faz de la Tierra —al hombre y al ganado, a los gusanos y a los pájaros del cielo—
porque ha rechazado nuestro legado». Y los Dioses comenzaron a destruir al
pueblo. Enviaron una potente estrella cuya roja estela ocultó el cielo. Y enviaron un
fuego más brillante que mil soles juntos. Había comenzado la gran sentencia.
Durante trece lunas cayeron las lluvias. Crecieron las aguas de los océanos. Los
ríos afluyeron hacia atrás. El Gran Río se convirtió en un enorme lago. Y los
pueblos fueron destruidos. Se ahogaron en la terrible inundación.