Page 36 - Brugger Karl Crnica de Akakor
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con una escalera en su parte delantera, un techo inclinado, y una habitación abo-
                  vedada interior y exterior, dominaba sobre el campo que le rodeaba. Lhasa asentó
                  a las Tribus Aliadas en las cercanías de las tres fortalezas. Estaban bajo el mando
                  del príncipe de Akakor y tenían la obligación de pagar el impuesto de guerra.
                  Desde hacía miles de años, una nación vivía en las fronteras occidentales del
                  imperio, y con la cual los Ugha Mongulala habían estado relacionados con una
                  amistad especial. Esta nación, los incas, conocía el idioma y la escritura de los
                  Maestros Antiguos. Sus sacerdotes conocían asimismo el legado de los Dioses.
                  Hacia el final de la segunda Gran Catástrofe, esta tribu trasladó sus poblados a las
                  montañas del país llamado Perú y allí fundó su propio imperio. Lhasa, preocupado
                  por la seguridad de Akakor, dispuso que se erigiera una fortaleza en la frontera
                  occidental y dio órdenes para la construcción de Machu Picchu, una nueva ciudad
                  de templos situada en una elevación de los Andes.
                  El sudor perlaba las frentes de los porteadores. Las mon-
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                  tañas se tiñeron de rojo con su sangre. Por eso se les llama las Montañas de
                  Sangre. Pero Lhasa no les dio descanso. La nación de los Servidores Escogidos
                  hacía penitencia por la traición de sus antepasados. Y los días pasaron. El Sol
                  salió y se puso. Llegaron las lluvias y el frío. Las quejas de los Servidores
                  Escogidos resonaron en el aire. Cantaban su sufrimiento con dolor.
                  La construcción de la ciudad sagrada de Machu Picchu es uno de los grandes
                  acontecimientos de la historia de mi pueblo. Los detalles sobre su construcción
                  permanecen oscuros. Muchos son los secretos eternamente ocultos en la
                  escarpada Montaña de la Luna que protege Machu Picchu. Según los relatos de
                  los sacerdotes, los trabajadores arrancaban de las rocas las piedras para las casas
                  de los guerreros y las residencias de los sacerdotes y sus servidores. Un ejército
                  de operarios trasladaba los bloques de granito para el palacio de Lhasa desde los
                  lejanos valles de las laderas occidentales de los Andes. Y cuentan también los
                  sacerdotes que dos generaciones no fueron suficientes para completar la ciudad, y
                  que las quejas de los Ugha Mongulala eran cada vez más insistentes a medida
                  que el tiempo pasaba. Las Tribus Escogidas comenzaron a rebelarse y a maldecir
                  a los Padres Antiguos. Parecía que iba a surgir una revuelta contra Lhasa, el Hijo
                  Elegido de los Dioses. Se produjo entonces un estruendo en el cielo y la luz del día
                  se convirtió en tinieblas. La ira de los Dioses explotó en un trueno resonante y en
                  una iluminación terrible. Y mientras caía una densa lluvia, los dirigentes de los
                  insatisfechos quedaron convertidos en piedra, piedras vivientes y con piernas.
                  Lhasa les ordenó que se introdujeran en las montañas y que se emparedaran
                  dentro de las escaleras y terrazas de Machu Picchu. Así es cómo fueron
                  castigados los rebeldes.
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