Page 38 - Brugger Karl Crnica de Akakor
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A menudo Lhasa estaba ausente con su disco volante. Visitaba a su hermano
Samón. Volaba al poderoso imperio del Este. Y llevaba consigo una extraña vasija
que podía atravesar el agua y las montañas.
La Crónica de Akakor no dice mucho sobre el imperio de Samón, el hermano de
Lhasa, que había descendido a la Tierra con los Dioses en el año 7315. Según la
historia escrita de mi pueblo, se estableció sobre un gran río situado más allá del
océano oriental. Escogió a unas tribus errantes y les transmitió sus conocimientos
y su sabiduría. Bajo su dirección, cultivaron los campos y construyeron poderosas
ciudades de piedra. Surgió un poderoso imperio, imagen idéntica del de Akakor, y
construido según el mismo legado de los Dioses que también determinaba la vida
de los Ugha Mongulala.
Lhasa, el Príncipe de Akakor, visitaba regularmente a su hermano Samón en su
imperio y permanecía con él en las magníficas ciudades religiosas sobre el gran
río. Para reforzar los lazos entre las dos naciones, en el año 7425 (3056 a. de C.)
ordenó la construcción de Ofir, una poderosa ciudad portuaria sobre la
desembocadura del Gran Río. Durante casi dos mil años, los barcos procedentes
del imperio de Samón arribaron aquí con sus valiosos cargamentos. A cambio de
oro y de plata, traían pergaminos escritos en el idioma de nuestros Padres
Antiguos, y también raras maderas, finísimos tejidos y unas piedras verdes que
eran desconocidas para mi pueblo. Pronto Ofir se convertiría en una de las
ciudades más ricas del imperio y botín apetecido de las tribus salvajes del Este.
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Éstas asaltaron la ciudad en repetidos ataques, hicieron incursiones contra los barcos
anclados e interrumpieron las comunicaciones con el interior. Cuando unos mil años
después de la partida de Lhasa el imperio se desintegró, lograron por fin conquistar
Ofir en el curso de una poderosa campaña. Asolaron la ciudad y la quemaron
completamente. Los Ugha Mongulala entregaron las provincias costeras del océano
oriental y se retiraron hacia el interior del país. Y la conexión con el imperio de Samón
quedó cortada.
Mi pueblo únicamente ha conservado la memoria del imperio de Samón y sus regalos
a Lhasa, los pergaminos escritos y las piedras verdes. Nuestros sacerdotes los han
guardado en el recinto religioso subterráneo de Akakor, en donde también se
conservan el disco volante de Lhasa y la extraña vasija que puede atravesar las
montañas y las aguas. El disco volante es del color del oro resplandeciente y está
hecho de un metal desconocido. Su forma es como la de un cilindro de arcilla, es tan
alto como dos hombres colocados uno encima del otro, y lo mismo de ancho. En su
interior hay espacio para dos personas. No tiene ni velas ni remos. Pero dicen
nuestros sacerdotes que con él Lhasa podía volar más rápido que el águila más veloz
y moverse por entre las nubes tan ligero como una hoja en el viento. La extraña vasija
es igualmente misteriosa. Seis largos pies sostienen una gran bandeja plateada. Tres
de los pies apuntan hacia delante, otros tres hacia atrás. Éstos se parecen a cañas
dobladas de bambú y son móviles; terminan en unos rodillos de una largura parecida a
los lirios del valle.
Estos son los últimos vestigios del glorioso período de Lhasa y de Samón. Desde
entonces, mucha agua ha caído en el océano. El imperio antiguamente poderoso, las
130 familias de Dioses que vinieron a la Tierra, han desaparecido y los hom-
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bres viven sin esperanza. Pero los Dioses regresarán. Regresarán para ayudar a
sus hermanos, los Ugha Mongulala, que son de la misma sangre y tienen el mismo
padre, tal y como está escrito en la crónica:
Esto es lo que Lhasa ha profetizado. Y así sucederá. Nuevos lazos de sangre se
establecerán entre los imperios de Lhasa y de Samán. Se renovará la alianza entre
sus pueblos, y sus descendientes se encontrarán nuevamente los unos con los
otros. Entonces regresarán los Maestros Antiguos.