Page 42 - Brugger Karl Crnica de Akakor
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para toda la eternidad.
                  El príncipe y el consejo supremo gobiernan a las Tribus Escogidas. La transmisión de
                  sus órdenes y disposiciones cae bajo la responsabilidad de una clase especial, la de
                  los servidores civiles. El proceso de selección es muy estricto. Los mejores
                  estudiantes de las escuelas de los sacerdotes esparcidas por todo el país serán
                  enviados a Akakor, donde los ancianos les instruirán sobre sus futuras tareas. Si el
                  príncipe los considera merecedores del puesto, los enviará a una de las 130 provincias
                  del país. Las funciones más importantes de los servidores civiles consisten en la
                  supervisión de las leyes sagradas de Lhasa y en la observancia del pago de los
                  tributos por par-
                  te de las Tribus Aliadas. Los servidores civiles informarán al consejo supremo
                  sobre los acontecimientos que ocurran en las partes más alejadas del territorio, y
                  constituyen el apoyo del príncipe en su gobierno sobre los Ugha Mongulala.
                  Desde el reinado de Lhasa, la administración del imperio ha quedado confiada
                  exclusivamente al príncipe, al consejo supremo y a la nueva clase de los
                  servidores civiles. Los sacerdotes únicamente poseen la prerrogativa de conservar
                  el legado de los Dioses. Para evitar la repetición de las luchas por el poder que se
                  dieron durante la era de sangre, Lhasa promulgó una nueva ley. Dividió el ejército
                  y asignó un guerrero a cada uno de los sacerdotes. El ejército de los señores de la
                  guerra protege el país; el ejército de los sacerdotes protege el legado de los
                  Dioses; tal y como está escrito en la crónica:
                  Así habló y decidió Lhasa. Porque era sabio y conocía las debilidades de los
                  humanos. Destruyó sus ambiciones con sus leyes. Determinó el futuro de las
                  Tribus Escogidas v su bienestar.
                  La vida en la comunidad
                  Los Blancos Bárbaros piensan solamente en su propio bienestar y diferencian
                  estrictamente entre mío y tuyo. Allá donde exista algo en su mundo —un trozo de
                  fruta, un árbol, un poco de agua, o un pequeño montón de tierra—, siempre hay
                  alguien que dice que eso le pertenece. En el idioma de los Ugha Mongulala, mío y
                  tuyo significan lo mismo. Mi pueblo no dispone ni de posesiones ni de propiedades
                  personales. La tierra pertenece a todos por igual. Los servidores civiles del
                  príncipe

                  asignan un pedazo de tierra fértil a cada familia, dependiendo su tamaño del
                  número de sus miembros. Muchas de las familias están agrupadas en una
                  comunidad rural, en la que colectivamente se cultivan las cosechas y los campos.
                  Un tercio de lo recogido corresponde al príncipe, otro tercio a los sacerdotes, y el
                  tercero queda en la comunidad.
                  El Ugha Mongulala medio pasa toda su vida en la aldea. Goza de la protección del
                  príncipe y es al mismo tiempo su servidor. Realiza su trabajo en el campo bajo la
                  guía de los funcionarios. El trabajo se inicia al final de la estación seca, al
                  comenzar la preparación para la siembra. El seco y duro suelo de los campos es
                  aflojado por un arado, y las semillas colocadas en el interior de la tierra.
                  Seguidamente, los sacerdotes sacrifican en el templo de la ciudad fruta recogida
                  de la última cosecha e imploran la bendición de los Dioses. Durante la sub-
                  siguiente estación lluviosa, las mujeres están muy ocupadas tejiendo y tiñendo los
                  tejidos, mientras los hombres salen de caza. Con arcos y flechas y con una larga
                  lanza de bambú siguen las huellas del jaguar, del tapir y del jabalí. Su presa es
                  cortada en trozos: la carne fresca es recubierta de miel y enterrada profundamente
                  en la tierra para su conservación. De este modo se mantiene fresca hasta la
                  próxima estación seca. Las pieles de los animales son curtidas y trabajadas por las
                  mujeres para obtener botas y sandalias. Cuando el tiempo de la recolección ha
                  llegado, las familias salen a los campos con cestos y vasijas y recogen los frutos.
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