Page 44 - Brugger Karl Crnica de Akakor
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por arte de magia, suspendían las piedras
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más pesadas, creaban la iluminación o fundían las rocas. Los Dioses no nos
transmitieron estos secretos. En su legado se reflejan solamente las leyes de la
Naturaleza. Pero la Naturaleza nada sabe sobre el paso del tiempo, del desarrollo
o del progreso. El ciclo eterno de la vida determina a todo lo existente —plantas,
animales y humanos— tal y como está escrito en la Crónica de Akakor:
Todo existe y todo se consume. Así es como hablan los Dioses. Y así lo enseñaron
a las Tribus Escogidas. Todos los hombres están sujetos a sus leyes, porque
existe una relación interna entre el cielo que está arriba y la Tierra que está abajo.
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Mi pueblo se ha sometido a la voluntad de los Dioses. Ello se evidencia en todos
los aspectos de la vida, y también en la familia. Todo Ugha Mongulala ha de
cumplir sus deberes para con la comunidad. Inicia su propia familia a la temprana
edad de dieciocho años. Si una joven le gusta, el hombre vivirá con ella durante
tres meses, en la casa de los padres de él. Durante este periodo de prueba, no le
será permitida intimidad alguna. Si una vez transcurridos los tres meses el joven
todavía desea desposarse con ella, el sacerdote declara el matrimonio y la pareja
intercambia unas sandalias como símbolo de su fidelidad mutua y en presencia de
todos los miembros de la comunidad rural.
Según las leyes de Lhasa, a una familia le será permitido tener dos únicos hijos.
Después de ello, la mujer recibe una droga del sumo sacerdote que la convierte en
estéril. De esta manera, el Hijo Elegido de los Dioses impidió la miseria y el
hambre. Mi pueblo no cree en el divorcio. Si un hombre y una mujer insisten,
pueden vivir nuevamente separados, pero todo
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nuevo matrimonio está prohibido bajo pena de exilio. Porque sólo aquellos que
conocen un solo hombre o una sola mujer pueden ser realmente felices.
«Has cometido un acto terrible. Que la desgracia te acompañe. ¡Oh, tú, a quien los
Dioses habían mostrado la verdad! ¿qué has hecho? ¿Por qué has violado las
leyes de los Padres Antiguos? Eres culpable.» Así fue como el sumo sacerdote
habló a Hama. Y Hama, que había rechazado a su esposa y había tomado a una
nueva joven, admitió su falta. Su corazón era presa de angustia y de temor. Lloró
amargas lágrimas. Pero el sumo sacerdote no se conmovió. «No te han sido
reservadas ni la muerte ni la prisión, Hama. Has violado nuestra más sagrada ley.
Serás enviado al exilio. Esa es nuestra sentencia.» Y Hama, que se había
separado de su esposa, se separaba ahora de sí mismo. Vivió más allá de las
fronteras como un Degenerado. Nadie se preocupó nunca más por su cabaña.
Vagó por las montañas. Comió de las cortezas de los árboles y de los líquenes, los
amargos líquenes que crecían sobre las rocas. Nunca más conoció los buenos
alimentos. Y nunca más tuvo mujer alguna a su lado.
La gloria de los Dioses
Ciento treinta familias de los Dioses vinieron a la Tierra y seleccionaron a las tribus.
Convirtieron a los Ugha Mongulala en sus Servidores Escogidos y les legaron su
enorme imperio tras su partida. Con la primera Gran Catástrofe, el impe-
río de los Dioses se desintegró. Las Tribus Aliadas dejaron sus antiguos territorios y
vivieron según sus propias leyes. Lhasa restableció el imperio con su antigua gloria y
poder, sometió a las Tribus Degeneradas que se habían rebelado contra Akakor e
integró a numerosas tribus salvajes en su nuevo imperio en expansión. Para conservar
la unidad, les obligó a que hablasen el idioma de los Ugha Mongulala y a que
recibieran nuevos nombres. Lhasa bautizó a las Tribus Aliadas de las provincias y de
los alrededores de Akakor: la Tribu que Vive sobre el Agua, la Tribu de los Comedores
de Serpientes, la Tribu de los Caminantes, la Tribu de los que se Niegan a Comer, la
Tribu del Terror Demoniaco, y la Tribu de los Espíritus Malignos. Dio asimismo