Page 41 - Brugger Karl Crnica de Akakor
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Cuando el príncipe ha muerto, su hijo primogénito es llamado por los ancianos. Ha de
                  demostrarles que está preparado para ser el más alto servidor de los Maestros
                  Antiguos. Una vez que ha pasado la prueba, el sumo sacerdote le envía a una región
                  secreta de las residencias subterráneas. Aquí deberá permanecer durante trece días y
                  dialogar con los Dioses. Si éstos piensan que aquél merece la herencia de su legado,
                  los ancianos lo presentarán como el nuevo gobernador de su pueblo. Pero si los
                  Dioses lo rechazan y no regresa de las regiones subterráneas después de los trece
                  días, los sacerdotes determinarán el correcto heredero con la ayuda de las estrellas.
                  Ellos calcularán el nacimiento de un muchacho varón un día y una hora seis años
                  antes. El escogido será llevado a Akakor y preparado para su futura tarea.
                  Y así es como el príncipe gobierna sobre las Tribus Escogidas: él es el supremo señor
                  de la guerra y el más alto administrador del imperio. Los guerreros de los Ugha
                  Mongulala están bajo sus órdenes. Asimismo, los ejércitos de las Tribus Aliadas le
                  deben fidelidad. Decide por sí solo la guerra y la paz. Nombra a los más altos
                  servidores civiles y a los señores de la guerra. Las leyes venerables de Lhasa
                  solamente podrán ser modificadas con su aprobación. Porque como legítimo des-
                  cendiente de los Dioses, el príncipe se sitúa por encima de las leyes de los
                  hombres y está autorizado para rechazar el consejo de los ancianos en tres
                  ocasiones.
                  Los tres mil mejores guerreros, seleccionados de entre las familias más famosas,
                  se hallan bajo las órdenes directas del príncipe. Únicamente a ellos les es
                  permitida la entrada en las residencias subterráneas portando armas. Los
                  guerreros ordinarios lo tienen prohibido bajo pena de exilio. Pero la posición del
                  príncipe no se basa exclusivamente en su poder personal, sino que descansa en
                  su sabiduría, en su prudencia, en su conocimiento y en el legado de los Dioses, tal
                  y como está escrito en la Crónica de Akakor:
                  Sobre lo alto de ¡as montañas, entronizado por encima de los mortales, el príncipe
                  gobernaba. Grande era su corazón. Dignas de confianza eran sus palabras. Co-
                  nocía los secretos de la naturaleza. Decidía el destino de las Tribus Escogidas.
                  Las otras tribus también estaban sometidas a su mando. Todos los hombres se
                  inclinaban ante su ley.
                  El príncipe es el primer servidor de mi pueblo. A su lado está el Consejo de
                  Ancianos, compuesto de 130 hombres y que se corresponden con el número de
                  familias divinas que poblaron la Tierra. Todos los miembros del consejo supremo
                  han destacado por sus conocimientos especiales o por sus hazañas en la guerra.
                  Forman asimismo parte de él los cinco sumos sacerdotes y los señores de la
                  guerra. El Consejo de Ancianos asesora al príncipe en todas las cuestiones
                  importantes: supervisa el cumplimiento de las leyes, ordena la construcción de
                  caminos, de poblados y de ciudades, y determina los impuestos   que   deben
                  pagar   todas   las  Tribus   Escogidas.
                  El consejo supremo se reúne, según un ritual prescrito, una vez al mes en la Gran
                  Habitación del Trono de las residencias subterráneas. Los cinco sumos sacerdotes
                  dirigen las acciones de los 130 ancianos y depositan una hogaza de pan santificado y
                  una fuente de agua sobre una piedra sacrifical sagrada situada en el centro de la
                  habitación. Los señores de la guerra rinden sus armas delante de esta piedra, simboli-
                  zando con ello su sometimiento a los Dioses Todopoderosos. Seguidamente, el
                  príncipe, envuelto en una magnifica capa de azules plumas, entra en la habitación. Los
                  miembros del consejo supremo visten capas blancas de lienzo. Únicamente una
                  cadena hecha de pequeñas plumas permite identificar su rango. Tras la llegada del
                  príncipe, los sacerdotes entonan una canción de alabanza en honor de los Dioses.
                  Todos los presentes se inclinan hacia el Este, hacia el Sol naciente. Poco después, los
                  130 ancianos se mezclan con el pueblo reunido, y una vez que han escuchado a todos
                  los demandantes, regresan hasta el príncipe e inician las deliberaciones. El ritual
                  concluye con el anuncio de sus decisiones, que serán registradas por los escribas
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