Page 47 - Brugger Karl Crnica de Akakor
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ofrendas sacrificiales. Ellos mismos las comieron y las bebieron. Grande fue el poder
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que obtuvieron y muchos los tributos que recibieron: oro, plata, miel de abejas,
fruta y carne. Estos fueron los tributos de las tribus sometidas. Y fueron
depositados ante el príncipe, ante el gobernador de Akakor.
En el octavo milenio (2500 a. de C.) el imperio alcanzó la cumbre de su poder. Dos
millones de guerreros dominaban sobre las llanuras del Gran Río, sobre las
enormes regiones de bosques del Mato Grosso y sobre las fértiles laderas orien-
tales de los Andes. 243 millones vivían según las leyes de Lhasa, el Hijo Elegido
de los Dioses. Pero en el mismo momento en que el imperio había llegado a su
apogeo, comenzó a declinar. En primer lugar, se produjeron cambios que pusieron
a Akakor nuevamente a la defensiva. Las tribus salvajes se contaban ahora por
millares. La tierra apenas era capaz de alimentar a tantas personas. Movidas por el
hambre, invadieron una y otra vez los territorios del imperio. Y, asimismo, las
Tribus Aliadas comenzaron a rebelarse contra la hegemonía de los Ugha
Mongulala. Aparecieron nuevas naciones contra las que Akakor tuvo que luchar
duramente para vencerlas.
Se movilizaron bajo las órdenes del consejo supremo. Llegaron hasta el Gran Lago
en las montañas y ocuparon el país que lo bordea. Exploradores y guerreros,
acompañados del mensajero con la Flecha Dorada. Habían sido enviados para
observar a los enemigos de Akakor y derrotarlos. Unidos, los guerreros de las
Tribus Escogidas fueron a la guerra y tomaron numerosos prisioneros. Porque las
Tribus Aliadas habían rechazado el legado de los Dioses y se habían dado a si
mismas sus propias leyes. Vivían según sus propias reglas. Pero los
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guerreros de los Servidores Escogidos eran valerosos. Derrotaron al enemigo y lo
dejaron sangrando.
Durante miles de años, los ejércitos de los Ugha Mongulala han sido bastante
superiores a los guerreros de las tribus rebeldes, debido a que eran cuidadosamente
entrenados y entraban en batalla según los planes elaborados por Lhasa. Cien mil
guerreros estaban bajo el mando del señor de la guerra, o Jefe-Cienmil-Hombres. Diez
mil hombres eran dirigidos por un capitán o Jefe-Diezmil-Hombres. Los Jefes-Mil-
Hombres y los Jefes-Cien-Hombres marchaban en vanguardia del ejército y daban la
señal para el ataque. Tras el triunfo en una batalla, cogían prisioneros y se repartían el
botín. Si la batalla parecía perdida, los Ugha Mongulala se retiraban, amparados en la
oscuridad, hacia unas posiciones ya preparadas de antemano. Solamente en las
ocasiones más excepcionales acompañaba el príncipe a los ejércitos. Escogidos
mensajeros lo mantenían en contacto con los guerreros, de modo que en casos de
emergencia pudiera acudir en su ayuda con su propia guardia de palacio. Mi pueblo
abandonó este orden de batalla cuando llegaron los Blancos Bárbaros. Ni siquiera un
enorme ejército podría resistir las invisibles flechas del nuevo enemigo. El tiempo de
las grandes campañas había terminado.
En la actualidad únicamente poseemos un ejército de 10.000 guerreros, todos ellos
entrenados para el combate individual. Están agrupados en partes iguales y se hallan
bajo el mando de los cinco supremos señores de la guerra y de los cinco sumos
sacerdotes. Cada guerrero va equipado de arco y de flecha, de una gran lanza con
una punta afilada, de una honda. y de un cuchillo de bronce. Como medio de
protección contra las flechas del enemigo, porta un escudo hecho de una densa malla
de bambú. El ejército se acompaña de una tropa de
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exploradores y, según sus informes, los señores de la guerra determinan la
modalidad del ataque. Sólo el príncipe puede decidir la declaración de guerra.
Como anuncio de la inminente batalla, envía por delante al mensajero con la
Flecha Dorada.