Page 90 - Brugger Karl Crnica de Akakor
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frontera en la Gran Catarata.
Pero los «espíritus malignos» no habitaban en los bosques: habitaban en Akakor. Los
señores de la guerra y los dirigentes de los soldados alemanes observaron con temor
el creciente poder de los Blancos Bárbaros y planearon una campaña contra Cuzco,
dentro del territorio enemigo. Ya habían iniciado los preparativos necesarios. Las
Tribus Aliadas estaban así mismo preparadas. Faltaba únicamente por recibirse la
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bación del príncipe, tal y como prescribe el legado de los Dioses. Pese a la
insistencia de los soldados alemanes y de los señores de la guerra, rechacé el
plan de guerra. Mi experiencia en Manaus me había convencido de la inutilidad de
semejante empresa. Nuestros enemigos eran demasiado numerosos. Mi pueblo no
estaba preparado para su falsedad y su astucia. Además, temía que la lucha se
prolongase. El secreto de Akakor estaba en peligro. De modo que envié a los
impacientes guerreros y a los dirigentes de los soldados alemanes a las peligrosas
fronteras y traté de establecer un contacto más estrecho con los sacerdotes para
reforzar así mi posición como príncipe. Tampoco ellos creían en el éxito de una
guerra formal y aconsejaban una lenta retirada hacia el interior de las residencias
subterráneas de los Dioses. Mas yo no había perdido aún todas las esperanzas.
Dado que todas mis acciones militares habían sido coronadas por el éxito, ahora
intentaría conseguir la paz.
El sumo sacerdote
de los Blancos Bárbaros
Así está escrito en la Crónica de Akakor:
Grande era la miseria de los Servidores Escogidos. El Sol requemaba la tierra; en
los campos se secaban los frutos. Una terrible sequía se extendió. Las personas
morían hambrientas en las montañas y en los valles, en las llanuras y en los
bosques. En esto parecía consistir el destino de los Servidores Escogidos: en ser
extinguidos, en ser barridos de la faz de la tierra. Ésta parecía
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ser la voluntad de los Dioses, quienes ya no se acordaban de sus hermanos de la
misma sangre y del mismo padre.
El año 12.450 (1969) contempló el comienzo de una terrible sequía. La estación de
las lluvias se retrasó en varias lunas. El gamo se retiró a las regiones del
nacimiento de los ríos. En los campos se secaban las semillas. Para salvar a mi
pueblo de la muerte por hambre, adopté una decisión desesperada. De acuerdo
con los sacerdotes, mas sin el conocimiento ni del consejo supremo ni de los
señores de la guerra, partí para ponerme en contacto con los Blancos Bárbaros.
Vestido con las ropas de los soldados alemanes, abandoné Akakor y después de
un laborioso viaje, llegué a Río Branco. una de sus grandes ciudades, situada en la
frontera entre Brasil y Solivia. Aquí me dirigí al sumo sacerdote de los Blancos
Bárbaros, a quien había conocido por intermedio de los doce oficiales blancos. Le
revelé el secreto de Akakor y le hablé sobre la miserable situación de mi pueblo.
Como prueba de mi historia, le entregue dos documentos de los Dioses, y éstos
convencieron definitivamente al sumo sacerdote blanco. Accedió a mi petición y re-
gresó conmigo a Akakor.
La llegada a Akakor del sumo sacerdote blanco provocó violentas discusiones con
el consejo supremo. Los ancianos y los señores de la guerra rechazaron todo
contacto con él. Para evitar cualquier posible traición, exigieron incluso su cau-
tividad. Solamente los sacerdotes estaban preparados para discutir una paz justa.
Después de argumentaciones infinitas, el consejo supremo concedió al sumo
sacerdote blanco un período de seis meses, durante el cual expondría a su propio
pueblo la terrible situación de los Ugha Mongulala. Para que pudiera reforzar su