Page 92 - Brugger Karl Crnica de Akakor
P. 92

la miseria de mi pueblo. Revelé la historia de los Ugha Mongulala a los supremos
                  dirigentes de los Blancos Bárbaros. Mis oyentes estaban sorprendidos.
                  Comprobarían mi informe y asimismo me pondrían en contacto con un
                  representante alemán. Éste me recibió con amabilidad y me escuchó con atención.
                  Pero después dijo que no podía creer mi historia porque nunca había habido en
                  Brasil una invasión de 2.000 soldados alemanes. Ni siquiera los nombres que le
                  cité pudieron convencerle. Impaciente, me sugirió que pusiera el destino de mi
                  pueblo en manos de los Blancos Bárbaros.
                  Apenas han transcurrido dos años desde esta conversación. Solamente en la
                  frontera entre Bolivia y Brasil, siete Tribus Aliadas han sido exterminadas por los
                  Blancos Bárbaros, entre ellas los orgullosos guerreros de los Corazones Negros y
                  de la Gran Voz. Cuatro tribus salvajes han huido al interior de la región del
                  nacimiento del Río Rojo para escapar a la extinción. La tercera parte de mi pueblo
                  ha caído víctima de las armas de los Blancos Bárbaros. ¿Es esto lo que el
                  representante alemán quería decir cuando me aconsejó que pusiera el destino de
                  mi pueblo en manos de los Blancos Bárbaros?
                  Así son los Blancos Bárbaros. Sus corazones están llenos de odio. Crueles son
                  sus actos. No muestran comprensión. Tienen rostro envidioso y dos corazones,
                  uno
                  213
                  blanco y uno negro al mismo tiempo. Codician la riqueza y el poder. Planean el mal
                  contra las Tribus Escogidas, que no les han hecho daño alguno. Pero los Dioses
                  son justos y castigarán a aquellos que infringen su legado. Los Blancos Bárbaros
                  pagarán caro por sus crímenes. Expiarán sus pecados. Porque el círculo se está
                  cerrando. Signos ominosos se muestran en el cielo. La tercera Gran Catástrofe,
                  que los destruirá como el agua destruye al fuego y la luz destruye la oscuridad, ya
                  no está lejos.
                  Ya habían pasado siete lunas en el territorio de los Blancos Bárbaros. Entonces
                  uno de sus dirigentes me dijo que él me acompañaría hasta la Gran Catarata, a
                  veinte horas de camino de Akakor. Aquí deseaba establecer el primer contacto con
                  mi pueblo; y para un año después se planearía una expedición de un grupo más
                  numeroso de soldados blancos a la capital de los Ugha Mongulala. Esto me daría
                  a mi tiempo para preparar a mi pueblo para su llegada. Me sentía feliz; mi misión
                  parecía cumplida. Pero una vez más los Blancos Bárbaros mostraron sus
                  malvados corazones. Rompieron el acuerdo que ellos mismos me habían sugerido
                  y me arrestaron en Río Branco. Ataron al príncipe de las Tribus Escogidas, al
                  supremo servidor de los Dioses, como un animal salvaje y lo tuvieron cautivo en
                  una gran casa de piedra. He de dar gracias a los Dioses porque lograra escapar.
                  Ellos me dieron la fuerza para librarme de mis ligaduras. Golpeé a mis confiados
                  guardianes y huí. Ocho lunas después de mi partida regresé a Akakor con las
                  manos vacías, decepcionado por las mentiras de los Blancos Bárbaros.
                  Y los sacerdotes se reunieron. Durante trece días ayu-
                  214
                  naron en el Gran Templo del Sol. Estaban dispuestos a sacrificar sus vidas, a
                  ofrendar sus corazones por sus hijos, por sus esposas y por sus descendientes.
                  Deseaban morir por su pueblo. Este era el precio que estaban preparados para
                  pagar. Esta era la responsabilidad que estaban dispuestos a asumir para salvar a
                  las Tribus Escogidas.
                  Los Ugha Mongulala no aceptaron el sacrificio ofrecido por los sacerdotes. Durante
                  12.000 años han repudiado los sacrificios humanos y han mantenido las leyes de
                  los Maestros Antiguos, de las que nunca deberán desviarse. Porque son leyes
                  eternas que determinan la vida de todo el pueblo de los Servidores Escogidos y
                  asignan a cada individuo una función en la comunidad, tal y como está escrito en
   87   88   89   90   91   92   93   94   95   96   97