Page 94 - Brugger Karl Crnica de Akakor
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Ugha Mongulala fueron visitados por otro desastre más: Magus, el Sumo
                  Sacerdote, había muerto. Se había desplomado tras una reunión del consejo
                  supremo, abrumado por la pena y por su conocimiento del inminente peligro. Su
                  muerte era como un signo ominoso para los Ugha Mongulala, una indicación de
                  que se acercaba el fin. Acosados por los Blancos Bárbaros que avanzaban,
                  perdían el valor y su fe en el legado de los Maestros Antiguos.
                  Las ceremonias de duelo de Magus, el Sumo Sacerdote de las Tribus Escogidas,
                  duraron tres días. Los sacerdotes se congregaron en el Gran Templo del Sol y
                  prepararon su cuerpo para el viaje hacia la segunda vida. Lo envolvieron en un fino
                  traje y lo trasladaron a la piedra de consagración situada delante del espejo
                  dorado, el ojo de los Dioses. A sus pies colocaron una hogaza de pan y una fuente
                  de agua, los signos de la vida y de la muerte. Los ancianos ofrecieron incienso,
                  miel de abejas y fruta madura. Los señores de la guerra recordaron la sabiduría y
                  las acciones del que partía. Seguidamente los sacerdotes introdujeron su cuerpo
                  en la cámara funeraria dispuesta al efecto en la parte delantera del Gran Templo
                  del Sol. Durante tres días, el pueblo desfiló ante Magus y, con pena y con tristeza,
                  se despidió de él. A la mañana siguiente, antes de que los rayos del sol hubieran
                  tocado la tierra, los sacerdotes clausuraron la tumba. Magus, el sabio Sumo
                  Sacerdote que había predicho todas las guerras y a quien todas las cosas le
                  habían sido reveladas, había vuelto con los Dioses.
                  Ahora hablaremos de Magus. Su memoria perdurará para siempre en los
                  corazones del Pueblo Escogido, pues sólo hizo aquello que era justo y verdadero.
                  Todo lo que
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                  era falso y confuso era desconocido de su corazón. Dedicó su vida a los Dioses.
                  Era un maestro del conocí miento. Cada parte de su cuerpo estaba llena de
                  sabiduría y de verdad. Conocía el equilibrio de todas las cosas. Podía leer en los
                  corazones de todos los hombres, y comprendía las leyes de la naturaleza. Sus
                  actos no estaban sujetos a la influencia de la hora. No conocía ni la ambición ni la
                  envidia. Obedeciendo las leyes de los Dioses, completó el círculo. Y a ellos se
                  ofreció en la hora cíe ¡a muerte que es irrevocable, como lo es el sol al amanecer
                  que determina la vida del hombre.
                  La retirada al interior
                  de las residencias subterráneas
                  Magus. el Sumo Sacerdote de los Ugha Mongulala. había muerto. Según el legado de
                  los Dioses, su posición pasaba a su hijo primogénito. Éste, al igual que el príncipe,
                  hubo de superar una severa prueba del consejo supremo y hablar con los Dioses. A
                  los trece días, Uno. el hijo primogénito de Magus. regresó al Gran Templo del Sol. Los
                  ancianos le confirmaron como el nuevo Sumo Sacerdote. Las leyes de Lhasa habían
                  sido cumplidas.
                  Convoqué al consejo supremo para decidir sobre el futuro de las Tribus Escogidas. La
                  reunión fue breve. Unánimemente, los ancianos decidieron trasladarse al interior de
                  las residencias subterráneas de los Dioses.
                  Fue así como los Ugha Mongulala regresaron al mismo lugar en el que sus
                  antepasados habían sobrevivido ya a dos Grandes Catástrofes. Los hombres se
                  lamentaban a medida
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                  que abandonaban sus casas y cortaban todo contacto con el mundo exterior. Con
                  su pólvora negra, los soldados alemanes destruyeron los templos, los palacios y
                  los edificios de Akakor. Los guerreros incendiaron las últimas aldeas y poblados.
                  No dejaron signo alguno, ninguna huella que pudiera indicar el camino hacia
                  Akakor. Abandonaron incluso las pocas bases que aún quedaban en la región del
                  nacimiento del Gran Río. A las Tribus Aliadas se les ofreció la opción de unirse a
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