Page 229 - Vive Peligrosamente
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disposición! Estaba subiendo la escalerilla cuando recordé lo más
importante. Me volví y grité a mi ayudante:
–No olvide que debe estar a mano en todo momento. Le llamaré por
teléfono en cuanto sepa algo. Dé orden de alarma a nuestras dos compañías.
¡Más vale que estemos prevenidos!
Saludé desde la ventanilla en el mismo instante en que el avión
empezaba a rodar sobre la pista.
Cuando alcanzamos cierta altura y volábamos sobre la ciudad de Berlín,
los pensamientos volvieron a agolparse en mi mente. No podía menos de
hacerme un sinfín de preguntas:
"¿Qué clase de misión era la que me conducía al Cuartel General?"
"¿Con qué personalidades llegaría a entablar conocimiento?"
Todo, ¡absolutamente todo!, parecía estar oculto tras un tupido velo, que
me era imposible correr.
Decidí dejar a un lado mis suposiciones y echar un vistazo al interior del
avión. Los doce asientos que se alineaban detrás del que yo ocupaba
estaban vacíos. Descubrí un pequeño mueble–bar, colocado ante el sillón
que ocupaba. Me apresuré en preguntarle al piloto, a través de la puerta de
la cabina de mandos, si podía hacer uso de él. Bebí dos copas de un
excelente coñac que tranquilizaron mis nervios, y me sentí en disposición
de mirar el paisaje que se extendía a nuestras plantas.
Volábamos sobre el Oder. Y los bellos bosques y prados del Neumark
parecieron saludarnos con su fresco verdor. Entonces recordé que ignoraba
el lugar exacto donde se encontraba el Cuartel General, pues su
emplazamiento estaba rodeado del más impenetrable secreto. Conocía el
nombre en clave de "Wolfsschanze", y sabía que se encontraba en algún
lugar de la Prusia oriental. Cogí el mapa que mi ayudante había puesto en
mi cartera, dando muestras de su gran eficacia. Hacia una media hora que
volábamos, cuando reconocí la ciudad de Schneidemühl, que se extendía a
nuestra derecha. El avión volaba a mil metros de altura, pero pude ver que
los rayos del sol se reflejaban en los cristales de las ventanas de las casas de
la ciudad y sobre las aguas del Netze. Seguimos una ruta de vuelo que nos
llevaba hacia el Nordeste en línea recta.
Pasé un rato en la cabina con los pilotos. Me mostraron el gran lago de
Deutsch–Eylau, y las redes ferroviarias de la ruta de Varsovia–Dantzig e
Insterburg–Possen, que, vistas desde nuestra altura, se asemejaban a una
gigantesca tela de araña. No pude dejar de pensar que ofrecía una
visibilidad perfecta para efectuar un ataque aéreo. ¿Se habría dado cuenta