Page 230 - Vive Peligrosamente
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de ello el enemigo? Inmediatamente me dije que era un estúpido por pensar
en la guerra y no limitarme a disfrutar del maravilloso vuelo que estaba
efectuando en medio de un bello ocaso de verano.
El sol quedó a nuestras espaldas. Comenzamos a perder altura y
volamos a unos trescientos metros. La topografía del paisaje había
cambiado radicalmente. Era completamente llana y estaba surcada por
infinidad de arroyos. Las hojas de los árboles de los bosques tenían un tono
verde claro, lo que me dio la impresión de que volábamos sobre bosques de
abetos. De pronto percibí una aglomeración de pequeños lagos que miraban
hacia arriba como si fuesen unos inmensos ojos azules. El sol estaba a
punto de ocultarse, y sus rayos fueron palideciendo poco a poco. Una
ojeada sobre el mapa me confirmó que estábamos sobre los Lagos
Massurianos, y no pude dejar de evocar que el viejo Hindenburg había
librado, en aquel mismo lugar, una batalla decisiva contra los rusos.
Nuestro frente actual del Este estaba en Smolensko, a muchos kilómetros
de distancia de la Prusia oriental; muchos, ¡muchísimos kilómetros más al
este de la frontera alemana...!
El "Junker" comenzó a descender. Y, al poco rato, descubrí un
aeródromo junto a las márgenes de un lago. El inmenso "pájaro" aterrizó
con gran maestría y rodó por la pista. El vuelo apenas había durado tres
escasas horas. Bajé del avión y me dirigí a las barracas del campo, ante las
que esperaba un gran "Mercedes" descubierto. Seguidamente, un cabo 1º
me preguntó:
–¿Es usted el capitán Skorzeny?
Cuando asentí, añadió:
–En tal caso, debo conducirle inmediatamente al Cuartel General.
Pasamos por unas bellísimas carreteras flanqueadas por bosques. Hasta
que llegamos a una barrera que nos impidió continuar.
Mi chofer me había dado un pase que me apresuré a mostrar al oficial
que nos interceptaba el paso. Mi nombre fue inscrito en un libro, me
obligaron a firmar y la barrera fue levantada para que pudiésemos continuar
nuestro camino.
La carretera se hizo más estrecha. Discurría por en medio de un bosque
de abetos. Pasamos por debajo de un puente ferroviario y nos encontramos
ante un nuevo control. Tuve que bajar del coche y volver a mostrar mi
documentación, que fue minuciosamente estudiada. El oficial de guardia
sostuvo por teléfono una breve conversación. Me preguntó el nombre de la
persona que me había mandado llamar y tuve que decirle que lo ignoraba.