Page 235 - Vive Peligrosamente
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encomiendo. Por tanto, debe limitarse a hablar con él ya informarse de los
          detalles pertinentes al caso. Sin embargo, todos los preparativos deben
          correr de su  cuenta. Y le  advierto, que tanto los comandos que tenemos
          destinados en Italia como nuestro embajador en Roma no pueden ser
          enterados de la misión que le ha sido encomendada. No olvide que, tanto
          los unos como el otro, se han formado una idea equivocada de la situación
          existente en  Italia, lo que les impediría actuar  acertadamente.  Vuelvo a
          repetirle que se hace responsable ante  mí del  secreto que debe rodear la
          misión que le encomiendo. Deseo tener muy pronto noticias suyas, y espero
          que su empresa sea coronada por el éxito.
            A  medida que escuchaba la voz de  Adolf Hitler, iba sintiendo que
          aumentaba la influencia que ejercía sobre mí. Sus palabras me parecieron
          tan convincentes, que no me cupo ninguna  duda  sobre el éxito de mi
          empresa. Me apresuré a responderle:
            –Comprendo sus argumentaciones, mi Führer,  y haré todo lo  posible
          para cumplir satisfactoriamente la misión que me habéis encomendado.
            Un fuerte apretón de manos dio por terminada nuestra entrevista.
          Durante nuestra corta conversación, que a mí me pareció muy larga, sentí
          posados sobre mí los ojos de Adolf Hitler. Hasta me pareció notar que me
          seguía con la vista cuando le di la espalda para abandonar la estancia. Y
          cuando me volví desde el umbral de la puerta para saludarle por última vez,
          comprobé que mis suposiciones eran ciertas: el Führer había seguido todos
          mis movimientos con su mirada.
            El ayudante volvió a hacerse cargo de mi, lo que me alegró porque no
          habría sabido orientarme solo.
            No podía dejar de pensar en  mi  reciente experiencia. Hice todo lo
          posible para recordar el color de los ojos de Hitler, que me habían parecido
          pardos. Pero nunca pude olvidar su  mirada, casi hipnótica, que parecía
          continuaba traspasándome.
            Apenas me di cuenta de que volvíamos a encontrarnos en la casa de té.
          Encendí un  cigarrillo para tranquilizar  mis nervios;  mi cabeza  estaba  a
          punto de estallar. Un ordenanza se informó sobre mis deseos, y paré en la
          cuenta de que tenía un hambre atroz. Le rogué que me proporcionara una
          taza de té y "algo para acompañarla", y, no tardando mucho, me sentaba
          ante una mesa perfectamente dispuesta. Coloqué sobre una silla la gorra,
          los guantes y el "Koppel". Y me dispuse a saborear una suculenta comida.
          Pero apenas había tomado un sorbo de té, cuando el ordenanza volvió y me
          informó:
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