Page 240 - Vive Peligrosamente
P. 240
Seguidamente comparamos nuestras respectivas listas, comprobando
que, casi, habíamos elegido los mismos hombres. ¡Siempre nos
entendíamos en todo!
Antes de colgar, Radl me dijo:
–La Compañía está muy excitada. Todos, absolutamente todos, quieren
formar parte de la expedición. No he encontrado ni un solo hombre que
desee quedarse.
–Infórmeles –respondí– de los hombres que han sido escogidos. Y,
ahora, cuelgue de una vez.
Pensé en si me había olvidado de algo. ¡Claro! Los aparatos de radio.
Debía disponer de varios de ellos, que estuviesen preparados, para
transmitir nuestras noticias diariamente a Berlín. Era preciso que también
pudieran funcionar de noche.
Puse un nuevo telegrama, que fue transmitido por la "línea secreta",
igual que el anterior. Todo hacía suponer que nos consideraban
importantes. Claro que, también, no debíamos de olvidar que si el Servicio
Secreto italiano se enteraba de nuestros preparativos todo estaría perdido
irremisiblemente.
Hablé con Berlín cuatro o cinco veces más durante aquella noche,
porque siempre se me ocurría un nuevo detalle, que consideraba
importante. Necesitaba municiones trazadoras para las ametralladoras por si
teníamos que atacar en la noche, así como pistolas de señales; ayudantes
sanitarios bien provistos de toda clase de medicamentos. Tal vez fuese
necesario que nosotros, los oficiales, dispusiésemos de trajes civiles. Y así
continué a medida que pasaban las horas.
Serían las tres y media cuando llamé la última vez a Berlin. Tuve la
impresión de que todo el mundo trabajaba febrilmente. Según se me
comunicó, los camiones no hacían más que ir de un lado a otro en busca de
lo que necesitábamos. No me cabía la menor duda de que lograrían estar
preparados a la hora fijada. También me enteré de que podíamos contar con
algunos oficiales del Servicio de Información, noticia que me alegró porque
cabía la posibilidad de que los necesitásemos.
Hice que me dieran una habitación en la que poder descansar. Casi
todos los ordenanzas continuaban despiertos. La barraca en la que trabajé
estaba en un sótano construido para servir de refugio en caso de ataque
aéreo. Tenía un largo pasillo, flanqueado por pequeñas cabinas que servían
de dormitorios y hacían pensar en los camarotes de los transatlánticos de
lujo. Me dieron una de ellas. Me desnudé y metí en la cama. Hacía mucho