Page 236 - Vive Peligrosamente
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–El general Student le espera en la habitación inmediata.
            Se abrió la puerta que comunicaba con una pequeña estancia vecina y
          estuve en presencia del general, un caballero jovial que respiraba salud por
          todos los poros de su piel.
            Una honda cicatriz en su rostro recordaba las graves heridas que había
          sufrido en Rotterdam el año 1941. Le informé de que el Führer acababa de
          darme algunas instrucciones sobre la misión que se me encomendaba.
            Inesperadamente oí unos ligeros golpecitos en la puerta. Esta se abrió y
          tuve la segunda sorpresa de aquel día sin precedentes. Entró el Reihsführer
          de las SS, Himmler. Hasta aquellos momentos sólo había visto su rostro en
          fotografías,  y su actitud  me dio a comprender que conocía  muy bien al
          general Student. Los dos hombres se saludaron efusivamente, en tanto yo
          esperaba a ser presentado.
            Nos dimos  un fuerte apretón de  manos  y, acto seguido, tomamos
          asiento.
            Lo que  más  me llamaba  la atención de Himmler era sus anticuadas
          gafas. Sus rasgos no revelaban nada sobre la personalidad de aquel hombre
          poderosísimo. Nos  sonrió amablemente y pareció sentirse a  gusto en
          nuestra compañía. Vestía un uniforme corriente,  y sólo portaba las
          charreteras estrechas de los pertenecientes al cuerpo de las SS. Llevaba
          pantalones y botas de montar. Nunca le vi vestir los cómodos pantalones
          largos.
            Himmler tomó la palabra y nos expuso la situación política de Italia.
          Estaba convencido de que el nuevo gobierno de Badoglio no conseguiría
          sostenerse mucho tiempo. Citó innumerables apellidos militares, políticos y
          nobles italianos. Pero he de confesar que la  mayoría de ellos  me  eran
          completamente desconocidos. Como Himmler tildó a unos de traidores y a
          otros de débiles, quise hacer algunas anotaciones. Apenas  me había
          agenciado un pedazo de papel y preparado mi pluma estilográfica, Himmler
          me apostrofó furioso diciendo:
            –¿Se ha vuelto loco? Sepa que no se pueden tomar notas sobre lo que se
          dice en este  lugar. Nuestras conversaciones son secretos de Estado, que
          sólo deben quedar grabadas en nuestras mentes.
            Como se puede comprender, me apresuré a guardar pluma y papel, en
          tanto pensaba:
            –No sé cómo podré componérmelas para retener  en mi  memoria los
          cientos de nombres que acaba de citar. Pero es posible que pueda
          acordarme de algunos.
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