Page 233 - Vive Peligrosamente
P. 233
–¡Me encuentro en el lugar donde se toman las decisiones más
importantes de nuestra época!
Y, casi inmediatamente, se abrió la puerta de nuestra izquierda. Nos
pusimos "firmes" y miramos al umbral sin parpadear.
¡Me encontraba ante el hombre que había escrito páginas tan decisivas
de la historia de Alemania! ¡No puedo describir la emoción que embarga a
un soldado cuando, de pronto, está ante su más elevado superior jerárquico!
Es posible que mezcle en mi narración algunas impresiones que sentí más
tarde. Es comprensible, ya que, entonces, estaba en una situación tan
inesperada que sólo puedo recordar pocas cosas de ella.
Adolf Hitler entró en la estancia andando pausadamente. Nos saludó con
el brazo en alto; el clásico saludo nazi. Vestía una guerrera sencilla de color
gris, que permitía ver su blanca camisa y su negra corbata. Sobre su bolsillo
izquierdo estaba prendida la Cruz de Hierro de primera clase; la
condecoración más importante de la primera guerra mundial, junto con la
placa negra distintivo de los heridos de guerra.
Como Adolf Hitler se hizo presentar por su ayudante al primer hombre
de la fila, situado a mi derecha, no pude observarle atentamente. Tuve que
hacer un esfuerzo sobrehumano para no dar un paso adelante y mirarle con
curiosidad. Me limité a escuchar su voz y las preguntas que iba haciendo.
Los oficiales que me precedían informaron sobre los diversos servicios
que habían prestado, manteniendo la posición de "firmes". Llegó el
momento en que el Führer se detuvo ante mí y me tendió la mano cuando le
fui presentado. Recuerdo que sólo pensé que no debía de inclinarme
demasiado. Creo que conseguí mi propósito y que mi saludo militar resultó
correcto. Empleé pocas frases para informarle sobre mi lugar de
nacimiento, los estudios que había cursado, carrera militar, grado que
ostentaba de oficial de la reserva y destino. Seguidamente le expuse las
misiones que tenía a mi cargo. Sostuvo mi mirada durante todo el rato que
duró mi informe; no dejó de observarme ni un solo momento.
Adolf Hitler dio un paso atrás, nos miró a todos y preguntó:
–¿Quién de ustedes conoce Italia?
Fui el único en hablar. Dije:
–He viajado en motocicleta por Italia, llegando hasta Nápoles. La he
visitado en dos ocasiones en viajes puramente privados, mi Führer.
–¿Qué opinan ustedes de Italia?
La pregunta nos sorprendió a todos. Las respuestas fueron vacilantes:
–Italia... Nuestra aliada... Un miembro del Eje... Etcétera...