Page 231 - Vive Peligrosamente
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Volvió a descolgar el teléfono y, acto seguido, me informó visiblemente
          impresionado:
            –El ayudante personal del Führer le espera en la casa de té.
            Sus palabras me aclararon las cosas, pero no pude dejar de preguntarme:
          "¿Qué deseará de mí el ayudante personal del Führer?"
            El coche volvió a ponerse en marcha hasta que se paró ante una puerta;
          la atravesamos y seguimos adelante; llegando a una extensión de terreno
          circundado por una verja  de hierro. Me hallaba en un bello  parque, que
          recordaba mucho el estilo de otros tiempos, en el que crecía gran cantidad
          de abetos. Los innumerables senderos estaban flanqueados por unas
          barandas de madera. Vi  unas cuantas edificaciones, varias barracas que
          habían sido diseminadas por el parque a  medida que habían ido
          construyéndose. Las pequeñas praderas estaban cubiertas de hierba y de
          arbolitos.
            Muchas construcciones, y varios caminos, estaban cubiertos por espesas
          redes de  camuflaje en las que se habían "plantado" algunas  ramas de
          árboles con el objeto de que el lugar pareciera deshabitado.
            Ya había oscurecido cuando  nos detuvimos ante la casa de  té. Al
          descender del coche, vi ante mí una construcción de madera que tenía dos
          alas de un solo piso; se comunicaban entre sí por medio de un pasadizo.
          Más tarde me enteré de que el comedor estaba en el ala izquierda; era el
          mismo comedor en el que el mariscal de campo, Keitel, jefe supremo de la
          Wehrmacht,  almorzaba diariamente en compañía de sus generales y de
          otras personalidades que iban a visitarle. La casa de té estaba en el ala
          derecha. Entré en una gran antesala, amueblada con comodísimos sillones
          de estilo moderno y con varias sillas. Una simple alfombra cubría el suelo
          de la estancia.
            Fui recibido por el capitán de las SS G., ayudante personal de Hitler. Me
          presentó a cinco oficiales que habían esperado mi llegada. El grupo estaba
          compuesto por un  teniente coronel  y un comandante del Ejército, dos
          tenientes coroneles de la Luftwaffe,  y un comandante de las SS. Me
          molestó que el comandante pronunciara mal mi nombre y me apresuré a
          corregirle diciéndole:
            –No creo que mi apellido sea tan difícil. Sólo precisa ser pronunciado en
          un correcto alemán: Skorzeny.
            No sé por qué di tanta importancia, precisamente en aquella ocasión, a
          que se pronunciase correctamente mi nombre, ya que estaba acostumbrado
          a que muchos lo pronunciasen en forma equivocada.
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