Page 241 - Vive Peligrosamente
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calor; y el ruido de los  ventiladores  no me permitía conciliar  el sueño.
          Pero... ¡un soldado tiene que acostumbrarse a todo!
            Conseguí, al fin, dominar  mis nervios y pensar con tranquilidad.
          Entonces, ¡sólo entonces!, me di cuenta de la excepcional importancia de la
          misión que me había sido encomendada.
            Lo primero que teníamos que hacer era descubrir el lugar donde habían
          ocultado a Mussolini. Cuando lo hubiésemos logrado, en el  caso de que
          pudiésemos descubrirlo..., ¿qué?
            Era  más que probable que el Duce estuviese en un sitio seguro  y
          estrechamente vigilado. ¿Nos veríamos, acaso, obligados a volar una cárcel
          o un fortín? Mi imaginación me obsequió con crueles imágenes.
            Daba vueltas y más vueltas en mi lecho, intentando apartar de mi mente
          los pensamientos que me atormentaban. Pero tan sólo conseguía tener paz
          durante breves minutos. Seguidamente, el tormento volvía.
            No hallaba la fórmula para salir airoso en la empresa. ¿Era posible que
          se me hubiera encomendado una misión que nos llevara directamente "al
          cielo"? No tendría más remedio que poner "toda la carne en el asador"; que
          esforzarme al máximo y estar preparado para abandonar este mundo con
          dignidad en el caso de que las cosas se pusieran feas.
            De pronto pensé:
            –Soy padre. He intervenido en la guerra sin haberme molestado en hacer
          testamento. Pero todavía tengo tiempo de subsanar mi falta.
            Encendí la luz y escribí "mis últimas voluntades".
            La espesa atmósfera que reinaba en mi alojamiento y el constante ruido
          de los ventiladores me dieron ambiente para pensar. Era indudable que el
          día aquel me había hecho traspasar el umbral de una nueva época de mi
          vida.
            No existía ninguna duda de que el soldado Skorzeny acababa de recibir
          una orden, cuyo cumplimiento influiría sobre el resto de su vida, tanto si
          podía cumplirla satisfactoriamente como si se sentía imposibilitado de
          llevarla a  cabo. Sabía que si salía  con vida de tal empresa y la  misión
          resultaba satisfactoria, ya no formaría parte de la gran masa de gente que
          vive y muere en el anonimato; que  muchas,  muchísimas  personas,
          pronunciarían mi nombre.
            Tengo que reconocer, sinceramente, que me sentí orgulloso y que decidí
          hacer todo lo que me fuera humanamente posible para cumplir mi misión,
          costase lo que costase. Pero, también, me dije que el futuro diría la última
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