Page 255 - Vive Peligrosamente
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El miércoles, 18 de agosto de 1943, todo estaba dispuesto. El "He–111"
que pusieron a mi disposición en el aeropuerto de Pratica di Mare empezó
volando hacia el Norte; no ignoraba que los aviones enemigos volaban sin
cesar sobre las aguas del Mediterráneo. En aquella época, todos los
aparatos que se dirigían a Cerdeña debían dar un rodeo sobre Elba y
Córcega por meras razones de prudencia. Aterrizamos en el gran aeropuerto
de Pausania, Cerdeña, para abastecemos de carburante antes de volver a
sobrevolar la isla.
Me desplacé cinco kilómetros hacia el Norte para reunirme con el
capitán Hunäus y con Warger en Palau. Me enteré de que los
acontecimientos continuaban igual, pero que las medidas de seguridad iban
en aumento de día en día.
Regresé al aeropuerto algo más tranquilo y me preparé para iniciar mi
proyectada acción. También tenía intención de volar hasta Córcega, para
ponerme en contacto con la Brigada de las SS, estacionada en dicha isla.
Era seguro de que mi importante misión exigiría pidiese prestados los
servicios de un determinado número de tropas, y quería asegurarme su
colaboración.
Nuestro avión estaba a punto. Despegamos poco después de las cinco.
Ordené que volásemos a cinco mil metros de altura, ya que quería
inspeccionar el puerto de guerra para, acto seguido, alcanzar la costa norte.
Estaba sentado ante la ametralladora, con la cámara fotográfica y el mapa
de la zona, en el que deseaba hacer algunas anotaciones, al alcance de mi
mano. Me encontraba absorto contemplando el mar que, aquel día, tenía un
colorido especialmente bello, cuando oí la voz del vigía a través del
altavoz:
–¡Alarma! Nos siguen dos aviones. ¡Son cazas ingleses!
Nuestro piloto describió un semicírculo. Yo me apresuré a poner el dedo
sobre el botón–disparador de la ametralladora, y aguardé a ver lo que
sucedía. Pareció que el avión volvía a su anterior ruta, cuando me di cuenta
de que estábamos volando en picado. Me volví y contemplé el angustiado
rostro de nuestro piloto, que hacía ímprobos esfuerzos para que el avión
volviera a su vuelo horizontal. Una rápida ojeada me bastó para darme
cuenta de que el motor izquierdo del aparato no funcionaba. Continuamos
descendiendo vertiginosamente. No podíamos pensar lanzarnos en
paracaídas. Lo último que oí por el altavoz fue: ¡Agarrarse!
Instintivamente apreté con fuerza mis manos sobre los dos asideros del
cañón de a bordo. Casi inmediatamente chocamos contra el mar. Debí