Page 256 - Vive Peligrosamente
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darme un golpe en la cabeza, porque perdí el conocimiento durante algún
tiempo. Vi unos puntos luminosos ante mis ojos, y sentí que alguien tiraba
con fuerza de mi guerrera. Así me encontré en el agua. Nuestro avión se
había hundido; la cabina estaba inundada; los cristales habían saltado en
mil pedazos y el agua entraba en aquélla a borbotones.
Gritamos, pero a través del conducto para lanzar bombas nadie nos
respondió. ¿Habrían muerto nuestros otros dos camaradas? No nos quedaba
más remedio que salir del avión lo antes posible. Hicimos grandes
esfuerzos para abrir el techo del avión... ¡y el agua entró a torrentes!
¡Aprisa; no podíamos perder tiempo! Sacamos al segundo piloto; aspiré con
fuerza y nadé hacia la superficie. Vi que el que había salido antes que yo
braceaba con fuerza; al poco rato emergió la cabeza del segundo piloto.
Fue en aquel preciso instante cuando sucedió una cosa insólita: el avión
emergió de la profundidad del mar. El piloto y su compañero abrieron las
puertas y vieron, acurrucados en un rincón, a los dos soldados que
habíamos creído ya cadáveres. Estaban ilesos, pero muertos de miedo.
Salieron como pudieron y se agarraron a los salientes del aparato. Nos
dijeron que no sabían nadar, a pesar de que eran naturales del puerto de
Hamburgo. El piloto consiguió hinchar el bote salvavidas neumático. Y
entonces recordé que mis mapas y mi cántara fotográfica estaban dentro del
avión. Hice acopio de fuerzas y volví a introducirme en él. Conseguí
recuperar mis "tesoros" y salí de nuevo. El bote salvavidas ya flotaba sobre
las aguas; en él metí la cámara y la cartera con los mapas. En aquel
momento nuestro "pájaro" se irguió y, acto seguido, se hundió en las
profundidades del mar.
Los tres que sabíamos nadar, dábamos brazadas de vez en cuando; nos
asíamos al bote para descansar y nos mirábamos Unos a otros. A unos
cientos de metros de distancia vimos unas rocas que emergían; nadamos
hacia ellas.
Aunque eran muy empinadas y resbaladizas, conseguimos escalarlas.
Abrí los brazos y aspiré aire con fruición. El piloto señaló mi brazo
derecho. Miré y vi que estaba teñido de rojo. Sólo entonces me di cuenta de
que tenía clavados en la carne varios pedazos de vidrio, así como algunos
más del aparato. Recuerdo que pensé: "¡Si eso es todo!"
El segundo piloto sacó la pistola de señales del bote salvavidas y se
dispuso a dispararla, pero yo le dije que sería más prudente esperar a que se
acercase un barco.