Page 258 - Vive Peligrosamente
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No sospechaba que mi forma de actuar estaba haciendo pasar a mi
ayudante horas muy amargas. Cuando, al anochecer del 18 de agosto, no
había regresado aún junto a él, tal y como era mi intención, pidió noticias al
cuerpo de paracaidistas sobre la suerte que había corrido nuestro avión. Y
recibió el lacónico comunicado siguiente:
–¡Lo más probable es que se encuentre en el fondo del mar!
No llegaron hasta él mis llamadas radiofónicas. Y yo no puse pie en
tierra firme hasta el anochecer del 20 de agosto. Cuando hube descendido
del avión, me apresuré a visitar a mis hombres. Fue entonces cuando me di
de narices con Radl. Mis gentes estaban locas de entusiasmo al ver entre
ellos a su comandante, al que habían creído muerto.
Debíamos trazar un plan de acción. Teníamos la seguridad de que
habíamos encontrado al hombre que buscábamos. Y estábamos seguros de
que nuestras suposiciones eran ciertas. El general Student, asimismo,
compartía nuestra opinión.
Nuestro optimismo recibió una ducha fría cuando recibimos un
comunicado del Cuartel General que decía:
"Nos han llegado informes fidedignos –vía Canaris– según los cuales
Mussolini se encuentra prisionero en la pequeña isla de Elba. El capitán
Skorzeny deberá preparar, en seguida, una operación con paracaidistas para
que éstos sean lanzados sobre la isla y debe informarnos en el momento en
que esté dispuesto para llevar a cabo la operación. El Cuartel General fijará
el día y la hora de la misma".
Tanto Radl como yo nos encontramos sumergidos en un mar de
confusiones. Parecía como si la defensa en Italia poseyera datos sumamente
exactos. Transcurridos unos pocos días recibimos un informe "muy
secreto", dirigido a todos los jefes de unidad, que decía lo siguiente:
"El gobierno de Badoglio nos ha prometido que Italia seguirá luchando
a nuestro lado con todas sus fuerzas. ¡Incluso está dispuesto a combatir más
intensamente de lo que lo había hecho el anterior gobierno!"
Nosotros, los que estábamos en Italia, opinábamos de una manera
diferente, Por ello no pudimos comprender cómo había llegado el almirante
Canaris a aquellas conclusiones y por qué no había esperado antes de pasar
sus informes al Cuartel General.
La concentración de tropas italianas en el norte de Roma, que se estaba
realizando desde hacía algún tiempo, confirmaba nuestras suposiciones,
nada agradables por cierto. Por tal razón, decidimos evitar convertirnos en