Page 270 - Vive Peligrosamente
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Nos tapamos con todos los paracaídas  y papeles que encontramos a
          mano, y  di orden  de que  descendiéramos un poco. Más tarde volví a
          ordenar:
            –No vuele directamente  hacia el aeropuerto. Siga  una trayectoria de
          vuelo algo más hacia el  Norte, con el fin de alcanzar el Mediterráneo y
          entrar en Roma por su parte Norte.  Cuando lo haya hecho, descienda
          cuanto pueda y diríjase al aeródromo.
            Esta súbita decisión  mía  nos salvó la vida. De ello pudimos damos
          cuenta un cuarto de hora más tarde.
            Al alcanzar la costa, el sol de mediodía nos calentó con sus rayos. Me
          había sentado al lado del piloto y miraba casualmente hacia la izquierda, en
          dirección a las montañas de Sabina, cuando abrí los ojos como platos. ¡No
          podía dar crédito al espectáculo que estaba viendo un nutridísimo grupo de
          aviones volaba rumbo a Frascatti, procedente del Sur. No cabía duda de que
          se trataba de aparatos enemigos. Eché mano a mis prismáticos y pude ver
          cómo abrían las compuertas de las bombas dejando caer sobre la ciudad su
          mortífera carga. Fuimos testigos de dos oleadas más. Entonces nos dimos
          cuenta de que si no hubiese ordenado un cambio de rumbo casualmente, en
          aquellos momentos habríamos estado en el centro de la formación enemiga
          y, por lo tanto, irremisiblemente perdidos porque nuestro aparato no llevaba
          ninguna clase de armas. Pero como íbamos volando a una altura muy baja,
          no fuimos descubiertos por los cazas y nos libramos de su ataque.
            La casa en la que el general Student había instalado su cuartel general
          no había sufrido desperfectos. En cambio, la nuestra estaba bastante
          destruida; dos bombas de pequeño calibre habían  hecho blanco en ella.
          Fuimos parados por un  oficial, que  nos informó de que en los sótanos
          continuaban  dos bombas llamadas "ciegas". Pero no podíamos perder
          tiempo; era indispensable que alcanzásemos nuestra habitación cuanto
          antes con objeto de rescatar ciertos documentos de suma importancia que se
          relacionaban con la misión que teníamos encomendada. Sabíamos que los
          artefactos podían estallar en cualquier momento. Dimos un gran rodeo,
          trepamos por los escombros y nos abrimos paso hasta nuestra habitación.
            La mitad del techo se había derrumbado. A través del enorme boquete
          vimos el límpido azul del cielo. Rebuscamos febrilmente entre las ruinas
          para descubrir la carpeta que guardaba nuestro "tesoro". Algunos soldados
          nos prestaron ayuda y, al poco, dimos con lo que tanto nos interesaba.
            La población civil había  tenido muchas víctimas. Las bombas apenas
          habían causado daño en  nuestras instalaciones  militares. Las tropas se
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