Page 269 - Vive Peligrosamente
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despistar al piloto, y ordené inmediatamente que preparasen la máquina
para tomar la primera vista del puerto de Ancona.
El aspecto que, visto desde arriba, ofrece la costa del Adriático es único
y maravilloso. La pequeña ciudad portuaria se dejaba acariciar por los
rayos del sol del mediodía. Poco después, volábamos sobre los balnearios
de Rimini y Riccione. Cuando estuvimos algo más al Norte, ordené dar la
vuelta para repetir las vistas que habíamos tomado. Después dije al piloto
que volviera a ascender hasta cinco mil metros y que volase, con exacta
precisión, sobre el pico del Gran Sasso.
Fue entonces cuando le tocó el turno a mi ayudante. Nos arrastramos
hasta la cola del avión, apreciando que la temperatura, en el interior del
aparato, había descendido por debajo de los cero grados. Renegamos de
llevar puesto el uniforme de verano que, en otras circunstancias, nos
ayudaba a soportar el sofocante calor de Italia. Puse la cámara fotográfica
en las manos de Radl, repitiéndole la forma de manejarla, lo que era
necesario, pues en su condición de músico ignoraba todo lo referente a
cualquier cosa técnica. ¡Tal vez fuese, precisamente, aquella gran
diferencia entre nuestras dos personalidades la que motivaba que nos
entendiésemos tan bien! Le pasé a través de la abertura de la carlinga y me
agaché a sus pies sujetándole las piernas. Vi que hacía ímprobos esfuerzos
para pasar los brazos, la cámara y el torso por el boquete, y pensé que
demostraba ser mucho más "patoso" que yo.
Volábamos sobre la cumbre. Calculé que, en un minuto, estaríamos
encima mismo de nuestro objetivo. Hice signos de prepararse a mi amigo;
no era posible hablar a causa del ruido de los motores. No obstante,
haciendo un supremo esfuerzo, grité con todas mis fuerzas:
–¡Haga el mayor número posible de fotografías!
Observé que hacía unos extraños movimientos con los brazos. Era
posible que, todavía, no estuviésemos volando sobre el hotel y que se viera
obligado a disparar la cámara de lado. Pero me dije que todo podía
servirnos. Yo sabía que las fotografías ladeadas, a veces, dan a conocer
ciertos detalles de las zonas montañosas que no quedan reflejadas en la
placa si se las toma de frente. Al poco rato, Radl me hizo signos de que le
ayudase a entrar. Pude ver su rostro amoratado por el frío. Balbució
temblando:
–¡Me importa un comino la soleada Italia!