Page 265 - Vive Peligrosamente
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Debíamos apresurarnos a suspender todos los preparativos. Conseguí
ponerme en comunicación telefónica con Karl Radl pocos minutos antes de
que se dispusiese a abandonar Córcega. Me informó que los hombres ya
estaban a bordo. Le grité:
–¡Que desembarquen rápido, sin pérdida de tiempo!
Simulamos que continuábamos nuestros preparativos, como medida de
seguridad; por otra parte teníamos esperanzas de poder llevar a cabo la
acción, en el caso de que Mussolini fuera devuelto a Santa Magdalena. Y,
¡cosa extraña! Los italianos actuaron de idéntica manera y continuaron
custodiando celosamente tanto el interior como el exterior de la villa.
Estaba convencido de que la policía secreta italiana actuaba de aquel modo
para desorientarnos y borrar así, las huellas del cautivo. Este era para ellos
tan importante, que continuaban manteniendo tamaño simulacro, por
motivos puramente preventivos. Nos encontrábamos como al principio. No
nos quedaba más remedio que empezar desde cero. ¡El trabajo de todos
aquellos días había sido en balde, lo mismo que todos nuestros esfuerzos!
Escuchamos un sinfín de rumores, pero ninguno de ellos nos pareció
fundado: nuestras investigaciones los desvirtuaron. Un viaje de inspección,
que efectué en compañía del general Student al lago de Bracciano, nos
ofreció una pista que podía ser buena. Alguien, casualmente, había
observado el amerizaje del hidro blanco.
Nuestras ulteriores investigaciones nos dieron oportunidad de
comprobar que el lugar de detención del Duce estaba entre los confines de
los Apeninos. Un informe, según el cual el Duce estaba en el lago
Trasimano, resultó falso. Al cabo de algún tiempo, dos altos oficiales
italianos sufrieron un accidente automovilístico, y tal suceso nos
proporcionó un punto de partida para indagar en las montañas de los
Abruzzos. Al principio, desorientados, seguimos una pista falsa, que nos
condujo a la parte occidental de la cordillera.
Llegamos a la conclusión de que la mayor parte de los rumores falsos
eran difundidos expresamente. El Servicio Secreto italiano y sus agentes
demostraban ser unos adversarios muy difíciles. Llegó un momento en que
incluso el Estado Mayor del Cuerpo de Ejército alemán, mandado por el
mariscal Kesselring, así como el Departamento de Espionaje Extranjero,
demostraron un interés especial en descubrir el paradero del Duce.
Reconozco que, más tarde, cuando todo hubo pasado, me sentí satisfecho
de que su búsqueda resultase vana.