Page 264 - Vive Peligrosamente
P. 264
echar un vistazo al jardín que la rodeaba. Me di cuenta de que no
llamábamos la atención y de que nadie se fijaba en nosotros. Yo vestía una
sencilla blusa de marinero y ayudaba a mi compañero a transportar un cesto
lleno de ropa sucia. Nuestra meta era una casa vecina a la "Villa", situada
algo más alta que ésta, lo que nos permitió echarle un vistazo. Warger entró
en la casa con el cesto para dar a lavar la ropa que contenía. Ascendí un
poco por el camino para poder disfrutar de mejor vista. Me aproveché de la
ausencia de ciertos lugares "íntimos" de las casas del pueblo italianas, y
cuando llegué al lugar que quería, me agazapé detrás de una, roca.
Mi observatorio, realmente, era bueno. Ya conocía la casa, su estructura
y los caminos del jardín. Miré todo detenidamente y me pareció que no se
habían producido cambios. Aliviado, regresé a la casa de la lavandera. Al
entrar, me di cuenta de que uno de los "carabinieri", que formaba parte de
la guardia, estaba de visita en la vivienda. Entablé conversación con él
utilizando los servicios de Warger, que hacía de intérprete. Hice lo posible
para que la conversación recayera sobre Mussolini; pero reparé que el
soldado no se mostraba interesado por el tema. Sin embargo, se animó
cuando le dije que sabía que el Duce había muerto y que mi información
era digna de crédito. Llegó al extremo de afirmarme, con su apasionado
temperamento meridional, que estaba en un error. Y le insistí repetidas
veces, que un conocido médico me había dado toda clase de detalles sobre
la muerte del dictador de Italia.
El "carabinieri" no pudo contenerse más y exclamó:
–¡No, no, "signore", imposible! He visto al Duce con mis propios ojos
esta misma mañana. Formé parte de su guardia; lo condujimos al avión
blanco que despegó con él.
¡Vaya sorpresa! El hombre estaba convencido de lo que decía y sus
explicaciones parecían ciertas. De pronto, recordé que el hidro blanco ya no
se mecía sobre las aguas del puerto. Había prestado atención al hecho, pero
no lo relacioné con el asunto que tanto nos preocupaba. También
comprendí, en aquel momento, por qué los soldados que guardaban la
"Villa " se permitían deambular por su gran terraza. ¡Todo, absolutamente
todo, me probaba que el "nido estaba vacío!"
No existía la menor duda de que el hombre decía la verdad. Fue una
suerte que lo supiésemos a tiempo. ¡No podía ni imaginarme lo que habría
sucedido si hubiésemos puesto en práctica nuestro meditado plan para
encontrarnos con las manos vacías!