Page 278 - Vive Peligrosamente
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–Los doce planeadores que usted necesita pueden ser trasladados a
          Roma desde el Sur de Francia. Como hora X señalo las 6 de la mañana del
          12 de septiembre. Esa es la hora en que los planeadores tendrán que
          aterrizar en  la pradera situada cerca  del hotel y,  al  mismo tiempo,  el
          batallón deberá apoderarse de la estación del valle. A primeras horas de la
          mañana, las  fuertes corrientes de aire  que suelen originarse en todas las
          montañas de Italia son más débiles. Instruiré a los pilotos personalmente y
          les haré algunas observaciones acerca de  lo peligroso de su misión, para
          que estén preparados a enfrentarse con cualquier eventualidad. Tengo que
          dar la razón al capitán Skorzeny. La operación no puede ser llevada a cabo
          de otra forma.
            Ni Radl ni yo perdimos el tiempo y nos dedicamos febrilmente a repasar
          los diversos aspectos  de nuestro plan. Teníamos que calcular
          minuciosamente todas las distancias, examinar al detalle los pertrechos que
          pensábamos llevar con nosotros; y, lo más importante de todo, debíamos
          trazar un plano para calcular el lugar exacto del aterrizaje de cada uno de
          los planeadores. Cada aparato podía transportar al piloto  y a nueve
          hombres, es decir, un grupo militar completo. Era imprescindible que cada
          grupo conociera detalladamente la forma en que debía actuar. Yo mismo
          tenía la intención de ir en el tercer aparato para poder asaltar el hotel con la
          ayuda de mi grupo en cuanto pusiera pie en tierra. Los dos grupos que me
          precedieran deberían cubrirme.
            Después de  haber estudiado todos los detalles, repasamos, por última
          vez, nuestras posibilidades de éxito. ¡No pudimos negar que eran  muy
          escasas! Nadie podía saber con certeza si Mussolini todavía continuaba en
          la montaña en cuestión; nadie podía saber si sería trasladado antes de que
          nos dispusiésemos a pasar a la ejecución de nuestro plan. A todo ello debía
          añadirse la incógnita de si conseguiríamos realizar la operación con la
          rapidez necesaria para impedir a nuestros enemigos cometer cualquier
          acción contra el Duce. No podíamos pasar por alto tampoco las
          advertencias  de los oficiales de Estado Mayor, que consideraban que
          nuestra idea no podía ser puesta en práctica.
            Era indiscutible que debíamos contar con algunas pérdidas en el
          momento del aterrizaje, a todo ello debía añadirse que, sin contar las bajas,
          sólo seríamos ciento ocho hombres  y que  no todos estaríamos en
          disposición  de  actuar al mismo  tiempo. Sabíamos que teníamos que
          enfrentarnos con doscientos cincuenta italianos, que conocían al dedillo la
          topografía del terreno, habiendo convertido el hotel en un fortín. Sin
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