Page 282 - Vive Peligrosamente
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–¡Pero tráemelo con vida!
Radl tuvo que pasar numerosas peripecias, pero consiguió dar con el
general en cuestión y llevarlo al aeródromo.
El general Student mantuvo con él un breve conciliábulo, del que fui
testigo. Le transmitimos el "ruego" de Adolf Hitler para que contribuyera a
la liberación de Mussolini e hiciera lo posible para evitar un grave
derramamiento de sangre. Pude apreciar que se sentía orgulloso de haber
sido elegido para intervenir en tan decisiva acción; no tuvo fuerzas para
negarse a ayudarnos. Aceptó. Y respiramos tranquilos al saber que
contábamos con una importante baza a nuestro favor.
A continuación, el general Student estrechó las manos de todos y cada
uno de los diecisiete hombres de las SS que integraban mi escolta personal;
los mismos que debían aterrizar con el tercero y cuarto planeadores; luego,
hizo lo mismo con los otros noventa que formaban el "comando" de
paracaidistas, mandados por el primer teniente von Berlepsch. Aterrizaron
los primeros planeadores alrededor de las once. No perdimos el tiempo;
llenamos los tanques de los aviones que debían remolcamos, y los
preparamos para que pudieran despegar en el orden previsto.
Los pilotos, y el capitán de las SS Menzel, el teniente de las SS Radl, el
suboficial de las SS Schwerdt, así como el primer teniente von Berlepsch, y
otros ocho jefes de grupo del Cuerpo de Paracaidistas, fueron invitados a
reunirse en una sala. El general Student les hizo un corto discurso,
volviendo a recomendarles hicieran todo lo posible para que la empresa
terminara con éxito, rogándoles vencieran las dificultades que les salieran
al paso. Prohibió cualquier clase de intento de aterrizaje forzoso, debido al
enorme peligro que entrañaba tal operación.
A continuación intervine yo e instruí a los jefes de grupo sobre la misión
que nos disponíamos a cumplir; dibujé un croquis sobre una pizarra,
señalando el lugar exacto de aterrizaje de cada aparato. Finalmente, nos
reunimos con nuestros hombres y dimos las últimas instrucciones a los
jefes de grupo. Los soldados habían encontrado su lema, y cada vez que les
presentábamos alguna dificultad, exclamaban:
– ¡La superaremos!
Más tarde pude comprobar que aquel lema optimista presidió todas
nuestras acciones hasta el final de la guerra.
Volvimos a examinar la ruta de vuelo, el tiempo a emplear en el mismo
y la altura con el oficial de la Sección de Paracaidistas que había hecho con
nosotros el primer vuelo de exploración. Le ordenamos que viajase en el