Page 284 - Vive Peligrosamente
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podríamos salir de ellas como si fuésemos "espíritus procedentes de otros
          mundos".
            En el interior del aparato hacía un calor espantoso; nos sentíamos
          apretujados y  teníamos la sensación de estar dentro de una jaula. Ni
          siquiera podíamos hacer el más mínimo movimiento.
            En determinado  momento, me di  cuenta de que  el sargento sentado
          detrás de mí se sentía indispuesto. Contestando a la pregunta que le hice,
          me respondió que se había comido casi todas sus provisiones. Y añadió:
            –En las presentes circunstancias, no sabemos lo que puede sucedernos
          dentro de una hora.
            El hablar empeoró su estado; menos mal que un camarada le alargó su
          gorra para que pudiera librarse del peso almacenado en su estomago.
            El general italiano, sentado ante mí, también se puso pálido; su rostro
          llegó a adquirir el tono verdoso del uniforme que llevaba puesto. Daba la
          impresión de que creía encontrarse a las puertas de la muerte.
            El piloto me orientaba, como podía, sobre la ruta de nuestro vuelo, que
          yo comprobaba sobre el mapa que llevaba conmigo. En aquellos momentos
          acabábamos de pasar por encima de Tívoli. Desde el interior del aparato no
          podía verse el paisaje; era imposible  orientarse mediante tan  fácil
          procedimiento. Las pequeñas ventanillas de sus laterales estaban
          empañadas, y los respiraderos eran demasiado pequeños para permitirnos
          atisbar el exterior. Sin embargo, cumplían su cometido; nadie podía decir
          que el planeador alemán, del tipo "DFS–250", no estuviera bien ventilado.
          El planeador se componía de unos simples tubos de acero, recubiertos por
          gruesa lona. Pensé que nuestro perfeccionamiento técnico no había llegado
          a tal tipo de aparatos y no pude evitar un suspiro.
            Pasamos a través de una nube para alcanzar la altura de 3.500 metros
          que yo había ordenado. Nos pareció estar sumergidos en las tinieblas; no
          veíamos absolutamente nada de lo que sucedía en nuestro derredor. Pero, al
          cabo de poco tiempo, volvimos  a ser alumbrados por los rayos del sol.
          Acabábamos de salir de la nube.
            Entonces, precisamente entonces, el piloto del avión que nos remolcaba,
          a través del telefonillo de a bordo, nos dijo:
            –Los aparatos uno y dos ya no vuelan ante nosotros. ¿Quién dirige el
          rumbo a partir de este momento?
            La noticia no tenía nada de agradable; temí por la suerte que podían
          haber corrido nuestros camaradas. En aquellos momentos ignoraba que
          no volaban detrás de mí los nueve aparatos con los que contaba y que su
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