Page 289 - Vive Peligrosamente
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–Mani in alto!
Todavía no habíamos disparado ni un solo tiro.
Me encontré en el vestíbulo principal; no tuve tiempo de mirar a mi
alrededor, ignorando, por tanto, lo que estaba sucediendo a mis espaldas. A
la derecha descubrí una escalera. La subí saltando los escalones de tres en
tres hasta que llegué al primer piso. Torcí a la izquierda y continué por el
pasillo. Seguidamente, abrí una puerta, ¡la indicada!
Entré en una estancia ocupada por Benito Mussolini y dos oficiales
italianos a los que me apresuré a aplastar contra la puerta. Acto seguido, me
di cuenta de que el umbral de la puerta parecía un hormiguero humano.
Mientras tanto, había aparecido el teniente Schwerdt, que se hizo cargo en
seguida de la situación. Ordenó a los dos estupefactos oficiales que salieran
al corredor, y cerró la puerta a sus espaldas.
¡La primera parte de nuestra misión había sido coronada
satisfactoriamente! ¡El Duce, sano y salvo, estaba en nuestras manos!
¡No habían pasado ni tres minutos desde el momento en que
aterrizamos! Ante la ventana aparecieron las cabezas de dos suboficiales,
Holzer y Benz, que, por no haber conseguido abrirse paso a través de la
puerta, se apresuraron a escalar la fachada para llegar cuanto antes al sitio
donde me encontraba. Una vez más pude comprobar que mis hombres no
me dejaban en la estacada. Les ordené que salieran al pasillo para cubrirme.
Rápidamente me asomé a la ventana. En aquellos momentos, vi a mi
ayudante, Radl, que había dirigido el planeador que voló detrás del mío,
que se apresuraba a alcanzar el hotel acompañado de sus hombres,
pertenecientes al cuerpo de las SS. Le grité:
–¡Todo en orden; asegúreme la planta baja!
Su aparato, el número 4, había aterrizado a unos cien metros. El capitán
de las SS, Menzel tuvo que avanzar arrastrándose; se había roto un pie en el
momento del aterrizaje.
Pude ver cómo otros cinco planeadores tomaban tierra sin novedad.
Pero, al mismo tiempo, fui testigo de un terrible espectáculo: el octavo
aparato, que formaba parte de mi flotilla aérea, osciló peligrosamente,
enfiló un abrupto acantilado y cayó en él destrozándose en el abismo.
Casi inmediatamente oí unos disparos que llegaban de lontananza; con
toda seguridad se trataba de un puesto de control italiano, que se había
obstinado en ofrecer resistencia. Salí al pasillo y grité que el comandante
del hotel se me presentara. Este, un coronel de "carabinieri", estaba en las
cercanías. Le exigí que se entregara junto con sus hombres, y le previne que