Page 294 - Vive Peligrosamente
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puesto en contacto con su esposa, Donna Rachele. Al mismo tiempo que
nosotros aterrizábamos en este lugar, otro de nuestros comandos, mandado
por el capitán Mandel, recibió orden de rescatar a su familia. Estoy seguro
de que, en estos momentos, ya goza de libertad.
El Duce me dio un fuerte apretón de manos y dijo:
–Entonces, todo está en orden. Agradezco, capitán Skorzeny, sus
desvelos.
El Duce apareció en la puerta del hotel, ataviado con un abrigo negro y
cubierta la cabeza con un sombrero flexible, negro, de fieltro. Le precedí
hasta la "cigüeña", que estaba a punto para despegar. Yo me apretujé detrás
del segundo asiento, y Mussolini se acomodó casi a mis pies. Al subir a
bordo yo había notado que dudaba un poco él, y recordé que era piloto y
que se había dado cuenta de que le forzábamos a correr una aventura que
no tenía nada de sensata. Murmuró algo entre dientes. Yo sólo pude
entender:
–¡Si el Führer lo desea...!
El motor se puso en marcha. Hicimos un último saludo de despedida a
nuestros camaradas que allí quedaban. Agarré fuertemente, con ambas
manos, dos tubos de acero de la conducción y procuré aumentar el
equilibrio de la máquina haciendo algunas oscilaciones con mi cuerpo, con
el fin de ayudarla a despegar. Comenzamos a rodar. Y, a través de las
ventanillas, me pareció oír que mis hombres nos alentaban, gritando, al
igual que los italianos.
A pesar de que la velocidad iba aumentando y de que ya estábamos casi
al final de la improvisada pista, continuábamos pegados al suelo. Procuré
hacer contrapeso con todas las fuerzas de mi cuerpo y aprecié que, en
algunas ocasiones, saltábamos sobre algún obstáculo del terreno. Vi una
gran hendidura ante nosotros y no pude menos de preguntarme:
–¿Qué sucederá si caemos en ella?
Inesperadamente nuestro "pájaro" alzó el vuelo. ¡Gracias a Dios!
Pero… la rueda izquierda del avión dio fuertemente contra el suelo, la
máquina se inclinó un poco hacia adelante y el aparato empezó a trepidar.
¡Cerré los ojos! Sabía que no podía hacer nada; contuve la respiración y
aguardé resignadamente a que llegase nuestro fin...
El viento ululaba cada vez con más fuerza en torno a nosotros. Creo que
el peligro duró solamente unos cuantos segundos. Cuando volví a abrir los
ojos, Gerlach había recuperado el dominio del aparato y lo mantenía en
vuelo horizontal. Disponíamos de una ruta de vuelo apropiada, a pesar de